Guaranda, la capital de la provincia de Bolívar, es una ciudad hermosa, tranquila, que reposa entre siete colinas, desde donde se observa la majestuosidad del volcán Chimborazo que aporta con su silueta al paisaje paradisiaco. Desde hace algunos días, se conocía que Barcelona jugaría ahí por la Copa Ecuador, contra el equipo de la zona de Echeandía, el Mineros Sporting Club, equipo que participa en el torneo de segunda categoría en Bolívar.

El llamado equipo de la pala, con aspiración de llegar a la serie B, Mineros, era poco conocido en el ambiente nacional, hasta que por asuntos del azar le tocó jugar la ida por dieciseisavos de final, con el Ídolo del Astillero, el miércoles pasado.

Desde que se conoció que eso iba a suceder, a la comunidad guarandeña se le agregó una atracción emocional. Por ese tal acontecimiento futbolístico, autoridades políticas, deportivas, de seguridad, comenzaron a programar todos los detalles que exige un partido de fútbol que concentraría a una gran cantidad de prensa del país e iba a congestionar el pulso normal de las actividades de la capital bolivarense. Y no era para menos.

Publicidad

Barcelona llegaba por esas tierras y todo se iba a trastornar, y como era de esperarse así sucedió. Todo comenzó el día anterior, cuando una gran cantidad de público, haciendo una procesión en caravana, ofreció la recepción con la banda del pueblo, entonando las más populares del cancionero, como la melódica Carnaval de Guaranda, de los hermanos González, que dice: “Porque cuando se ama un imposible, porque el que ama un imposible, es amante verdadero”. Mientras los fieles barcelonistas de a pie acompañaban el lento recorrido del importante bus pintado con los colores amarillo y negro, hacían explotar en el firmamento guarandeño los fuegos artificiales, en tanto entonaban lo que es su himno: “Un solo ídolo tiene el Ecuador, Barcelona campeón, Barcelona campeón, tu nombre atravesó fronteras...”.

Y esa tarde y noche tranquila de la serranía se transformó en una fiesta parecida a las populares noches del tradicional carnaval guarandeño. Y todo porque el ídolo arribó y al otro día jugaba; era suficiente razón para postergar el descanso.

La noche se alargó y el amanecer llegó pronto. Con el sol que saludaba la alegría del acontecimiento, en la plaza principal ya se ondeaban las banderas y los vendedores ambulantes se acomodaban para exhibir gorras, bufandas, camisetas amarillas. Era la señal de que había llegado el gran día, la hora del partido se aproximaba y miles de aficionados curiosos arribaban de los cantones más cercanos, de las provincias aledañas, para al menos ver de cerca a sus ídolos.

Publicidad

Y ese fenómeno que sucedió entre semana en Guaranda nos obliga a reflexionar que el fútbol, no siendo una pasión irracional, nos demuestra que se asimila con el amor romántico con otro ser humano. Y aunque el fútbol cruza las fronteras entre el amor tribal y el fanatismo, tanto así que un psicólogo dedicado al estudio del fútbol lo dijo: “Creo que hay puntos de contacto en esos amores y el fútbol, en especial porque tiene que ver con lo social, hormonal y emocional”.

Y si el doctor Germán Diorio hubiese estado en Guaranda el día que jugaba Barcelona con Mineros, seguro hacía una adenda a sus reflexiones.

Publicidad

El periodista Cristhian Carrasco, especialista en reporterismo, describió ese estado de vida alterado por el fútbol de la siguiente manera: “La verdad, estoy gratamente sorprendido por lo que genera el fútbol, por la cantidad de gente que fue al estadio, por la cantidad de gente que no pudo ingresar al mismo. Es un estadio de 4.500 personas y bastante gente que se quedó afuera. Hubo mucho movimiento en la parte económica, los negocios en la parte exterior, las diferentes casas comerciales promocionando, los negocios de comidas a reventar y decorados con banderas. Los refrescos se acabaron antes del mediodía, se paralizó la ciudad. Los padres de familia esperando que los hijos gocen del permiso para ir al estadio. Hubo gente que prefirió no ir a trabajar para ir al partido, haciendo todos los sacrificios, poniendo en peligro también sus trabajos. La verdad, fue impresionante lo que se vivió en la ciudad de Guaranda; $ 10 valían las entradas y quedó corto el estadio. De todos los cantones de la provincia de Bolívar, del Guayas, de Los Ríos, mucha gente fue para allá.

Prosiguió: “El operativo de seguridad fue muy bueno porque se juntaron las Fuerzas Armadas, Cuerpo de Bomberos, gente de la Cruz Roja, Policía Nacional, guardias de seguridad privados contratados por el cuadro de Mineros. No se registraron incidentes, la algarabía del público que esperaba la salida de Barcelona del estadio Federativo vitoreaba, cantaba y prácticamente la ciudad quedó paralizada. Esto de la Copa Ecuador va a servir para dar mucho movimiento en la parte económica a muchas ciudades”.

Aunque las bengalas se hayan apagado, los cánticos acallados, las redes sociales cumplían en hacer saber al mundo que Guaranda por esta vez se había pintado de amarillo. El fútbol se había encargado en dejar un mensaje diferente y la recién inaugurada Copa Ecuador, torneo oficial de la Federación Ecuatoriana, comenzaba a cumplir su función. Organizar un partido de fútbol, que no solo son 90 minutos de sudor, de tensiones, de tácticas o de una pelota que va y viene en un ‘corral’ de 105x68 metros, no es ver el verde césped o celebrar la emoción de los goles, o el trajinar de los vendedores de cerveza o del trago más fuerte –debidamente camuflado–, o de chicharrón o maní con sal. Es mucho más que eso. La pena es que no todos entienden aquello y la pregunta viene como anillo al dedo.

¿Es posible que las autoridades del deporte interpreten el mensaje? Es posible que no y deberían hacerlo porque lo sucedido en Guaranda tiene que ver con el espíritu con que se ideó este torneo: ser inclusivo, socializar la alegría del fútbol a sectores muchas veces abandonados a su suerte. De los que están lejos de aquellos centros cosmopolitas que comparten a menudo el fútbol y que se dan el lujo de no asistir al estadio. Esos lugares recónditos merecen que al menos, de vez en cuando, reciban esas ebulliciones emocionales. Es seguro que muchos niños o jóvenes que vivieron la experiencia de Guaranda desearán emular a sus ídolos, otros se darán cuenta de que el deporte es una manera de alejarse de los vicios oprobiosos que afectan a la juventud hoy en día.

Publicidad

Y ya le tocará el turno a Emelec, a Liga de Quito, El Nacional, al Aucas, que deberán visitar localidades lejanas, a veces olvidadas por las autoridades políticas, para que cumplan otra vez esa función social válida, aplaudida por lo que representa, y sí sabemos que es así.

Conocedores que desde la premisa de que el fútbol sirve para tanto, ¿por qué entonces recargarlo y exprimirlo con impuestos, tasas y tantas otras obligaciones tributarias? ¿Es acaso que no es suficiente que cumpla tan digna función social? Lo que sí puedo asegurar es que el fútbol exige reciprocidad.

Ya le tocará el turno a Emelec, Liga (Q), El Nacional, Aucas, visitar localidades lejanas, a veces olvidadas por las autoridades políticas, para que cumplan una función social válida".

(O)