Tan penosa noticia, la del hallazgo en un río del cuerpo sin vida del brillante deportista Jorge Bucaram Santisteban, lo que entristeció no solo al Ecuador, sino a toda la comunidad deportiva.

Su recia personalidad, su inmejorable estado atlético, su fragor de guerrero y su carisma por vencer con principios técnicos y físicos eran admirables. Siempre respetuoso, franco al expresarse, admiraba su deporte: el jiu-jitsu, que combina el arte de la defensa personal y poseedor de un insigne cinturón. Nunca lo vimos irritarse en las rigurosas sesiones de entrenamiento, ni de las largas horas y días en conocer a sus adversarios. Todo un señor.

Lució el sagrado kimono de la tricolor en competencias internacionales, erguido en el podio y con pleitesía cantaba nuestro himno como vencedor. Ese gladiador sabe que sus padres y familiares siguen llorando. Cuando un hijo se aleja, el entorno familiar jamás olvidará los pasos que daba en casa, en los tatamis y en los lugares en donde desarrollaba sus actividades; tampoco se alejarán los recuerdos, sus gloriosas victorias, sus fotos como un emperador del deporte y sus medallas florecidas con su nombre: Jorge.

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Su destino lo trazó el Divino Señor, a Él hay que aceptarle su llamado, quiso tenerlo a su lado y hoy el Hacedor le ha entregado la llave de la divinidad y del paraíso. Su alma sigue protegida y su espíritu rodea el infinito como un ángel y con estandarte de un deportista. Esa llave olvidada, razón de su ausencia a la eternidad, ya está encontrada en ese firmamento y en donde habita el Supremo Señor.

Debería ponerse su nombre a una de las salas en donde se practica el jiu-jitsu. Evocaremos tristemente su ausencia como un excelente hijo, amigo, compañero de trabajo y un combatiente que respetaba las reglas en un tatami o en las arenas competitivas, como un deportista de alta categoría y con principios éticos y ejemplarizadores.

Glorificaremos su valentía y su nombre para siempre... (O)