El retorno del América de Quito a la primera división del fútbol nacional es también la vuelta desde la nostalgia a la realidad. Los cebollitas estarán otra vez en la pelea y ojalá sus directivos logren los recursos suficientes para formar equipos competitivos como aquellos que se lucieron otrora cuando el arquero Fernández, Patricio Echeverría, Ataúlfo Valencia, Eduardo De María, Alberto Cabaleiro, Migdonio Aguirre, Servando Lasso, el Negro Ángel Marín y otros recordados jugadores lo llevaron a los subcampeonatos nacionales en 1969 y 1971 y a la disputa de la Libertadores en 1970 y 1972.

En el programa Los Comentaristas, de radio Caravana, el miércoles pasado, Patricio Cornejo y sus compañeros de panel dedicaron buena parte de la emisión a recordar a ese equipo que fue tradición en los primeros años del torneo ecuatoriano y que dejó buenos recuerdos. Mi amigo Jorge Barahona, quien reside desde hace muchos años en Nueva York, publicó en Facebook dos fotografías con el uniforme americano para renovar la memoria del tiempo en que jugó en el primer plantel y volaba en el césped del estadio Olímpico Atahualpa. Me agradó que mi colega Patricio y sus panelistas dediquen minutos a los temas históricos y se olviden un poco del Álgebra de Baldor que usan algunos colegas suyos para hablar de tácticas y estrategia hasta el aburrimiento.

Admiro lo hecho por los dirigentes del América y sugiero que los que aman al fútbol en Guayaquil hagan lo mismo con los clubes históricos. Será una dura tarea porque los tiempos han cambiado y hoy prevalece el dinero sobre el cariño a la divisa. Tampoco existen ya los viveros de estrellitas como las Ligas de Novatos, los certámenes de Fedeguayas y los intercolegiales. Con propósito publicitario algunas empresas han hecho experimentos de crear equipos con aspiraciones de llegar a primera, pero nunca será igual invertir y promocionar al Sportivo O.K. Gómez Plata que resucitar a Norteamérica, Patria, 9 de Octubre o Everest.

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Precisamente en estos días se cumplen 60 años del título del Club Sport Patria en el torneo profesional de la Asociación de Fútbol del Guayas. Ese Patria, nacido en 1908, que armó un gran equipo con el objetivo de celebrar ruidosamente su cincuentenario. El presidente Carlos Eiser decidió confiar el armado a un maestro de los de antaño, Gregorio Esperón, y este decidió nombrar ayudante de campo al que había sido un gran jugador de Barcelona, capitán del equipo que conquistó la idolatría y que había terminado su carrera dos años atrás en el Patria: Fausto Montalván Triviño. Preparador físico era el recordado Justo Nieto Iturralde y masajista (no había todavía kinesiólogos sino simples hombres de manos mágicas y ungüentos milagrosos) era otro personaje inolvidable: Adolfo Chiripipa Herrera.

Don Goyo Esperón, argentino, conocía a cabalidad el medio. Había sido marcador de punta en los años 40 con la camiseta de Tigre y luego de Platense en su país; en Sao Cristovao, en Brasil y en la Roma, de Italia. Fue parte de la selección argentina en el Sudamericano de 1941 en Santiago de Chile y en el de 1942, en Montevideo. En la Roma clausuró su carrera de futbolista y empezó la de técnico en Platense.

En 1950 llegó a nuestro país contratado por la Federación Deportiva Nacional del Ecuador (Fedenador) para dirigir a la selección nacional que iba a participar en la eliminatoria para la Copa del Mundo de Brasil. Problemas con la parcialidad de la FIFA y sus favores a Perú hicieron que desertáramos de la que iba a ser nuestra primera experiencia mundialista.

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Esperón se quedó en Guayaquil como asistente técnico de Barcelona, que era dirigido por Jorge Muñoz Medina, uno de los responsables del proceso idolátrico. Cuando se creó el Río Guayas le pidieron que asesorara al equipo en la contratación de jugadores. Él fue el que recomendó a Valentín Domínguez, Eduardo Tano Spandre, Teodolindo Mourin, Jorge Caruso, Óscar Luis Carrara, Basilio Padrón, Juan Deleva, Juan de Lucca, Óscar Smori y Alcides Aguilera. Todos fueron cracks que se ganaron el cariño y la admiración de los aficionados. Una gran diferencia con lo que ocurre hoy con los ‘paquetes’ que nos fletan en la mayoría de los casos. Después dirigió a Emelc y a Unión Deportiva Valdez, el gran cuadro que los milagreños han olvidado, y luego al Patria de 1958.

El maestro Esperón llegó solo. Tal como pasaría más tarde con Fernando Paternoster, Gradym y Otto Vieira. No tenía dos ayudantes de campo, espías de los rivales, analistas de video, preparador de arqueros, preparador físico, asistente anímico, trabajador social y podólogo que trate callos y juanetes –todos extranjeros con grandes sueldos–. Y después andamos preguntando por qué muchos de nuestros clubes están en quiebra.

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Muchos extranjeros pasaron por el Patria antes de que Esperón decidiera quedarse con Juan Carlos Menéndez, zaguero central al que había dirigido en Platense; el volante Oswaldo Fortunato Sierra, quien con 24 años jugaba ya en la primera de San Lorenzo de Almagro; y a Juan Szanrej, argentino que se hallaba jugando en Sport Boys, de Lima. Pero el gran acierto fue el de traer a Carlos Gambina, con pasado en San Lorenzo, Gimnasia y Esgrima de La Plata, Bucaramanga, Júnior de Barranquilla, Atlético Nacional de Medellín y Atlético Chalaco.

Los cebollitas estarán otra vez en la pelea y ojalá sus directivos logren los recursos suficientes para formar equipos como los que en 1969 y 1971 clasificaron a la Copa Libertadores.

La página web del Atlético Nacional dice esto de Gambina: “Potente, goleador y muy capaz dentro del área, el argentino fue el primer goleador y campeón de Atlético Nacional en su historia. Vertiginoso dentro del área, de fuerte cabezazo y excelente definición, llevó con sus goles al cuadro Verdolaga a la primera vuelta olímpica por torneo colombiano. Gambina llegó del Bucaramanga y a punta de anotar dejó atónita a toda la afición verde de la época, disparando el sentimiento hacia límites insospechados por tratarse de la primera gloria futbolística que conseguía el departamento, apenas seis años después de creada la Dimayor. Si le sumamos que aparte de ser el goleador del campeonato fue el primer hombre vestido de verde y blanco que mandó a guardar a la red un balón para cantar una vuelta olímpica cuando hizo el tanto de la victoria ante Medellín en ese 1954 que le entregó a los verdolagas su bautismo de gloria”.

Gambina fue un espectáculo apenas se juntó con ese rayo repleto de fútbol que fue Enrique Maestrito Raymondi, recién llegado al fútbol profesional de la mano de su descubridor, Justo Nieto. Sin ningún egoísmo Gambina, el gran artillero, aceptó la función que le asignó Esperón: iba a jugar como lo había hecho el maestro Adolfo Pedernera en La Máquina de River Plate. Viniendo de atrás, con una visión inigualable, ponía balones que eran verdaderas puñaladas en la defensa rival, mientras que Raymondi picaba y llegaba un segundo antes que sus celadores para poner goles con apenas un toque. Eran lo que César Luis Menotti bautizó años después como “pases a la red” para graficar las anotaciones de Romario. En 1958 el Maestrito, goleador de ese año, se anticipó a Romario. Detrás de él quedaron Mauro Ordeñana, Alberto Spencer y Carlos Raffo.

Cuánto orgullo podría recuperar el balompié guayaquileño si volviera a su grandeza el Patria, campeón de 1958 y de 1959. Debe andar por allí en algún torneo menor. Casi nadie ve sus actuaciones. Los que aman al fútbol y sienten legítima pasión guayaquileña, tienen una tarea: ir por las escondidas canchas por donde andan Patria, Everest, Nueve de Octubre y Norteamérica, para hacer lo que han hecho los dirigentes del América quiteño: devolver a la serie de honor del fútbol a un equipo de gran tradición. (O)

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