“A los 19 años no tenía idea de lo que significaba la Copa del Mundo, Jamás había visto un partido mundialista por televisión y solamente había escuchado algo por la radio cuando se realizó el torneo de Inglaterra 1966, mientras colaboraba con mi papá en la preparación de los cimientos de mi casa en Bell Ville. De lo que pasó en México 1970 ni me enteré, probablemente porque Argentina no clasificó. Créase o no, mi primer encuentro mundialista lo viví desde adentro del campo, como futbolista y no como espectador, una rareza que hoy sería imposible”.

La anécdota, notable, la evoca Mario Alberto Kempes en El Matador, su libro autobiográfico editado por Planeta y del que Luciano Wernicke fue magnífico transcriptor. El libro de fútbol, inaceptable para las editoriales hasta algunas décadas atrás, es hoy un filón muy explotado debido a la popularidad del fútbol y de los ídolos, que “venden” decenas de miles de ejemplares. Y lo que más busca el público son las autobiografías, escritas en primera persona con ayuda de un profesional del periodismo o de las letras. “Un libro autobiográfico se vende cinco veces más que otro del mismo personaje escrito por un tercero”, nos decía Ignacio Iraola, director de Editorial Planeta para el Cono Sur. Es que en la autobiografía está garantizada la autenticidad del testimonio. En este caso, Wernicke refiere que convenció a Kempes para hacer el libro y lo corporizaron en largas charlas por Skype, el periodista en Buenos Aires, El Matador en su casa de Hartford, Connecticut, Estados Unidos, donde está radicado desde 2004, cuando fue contratado como comentarista por ESPN.

Sin haber visto nunca un Mundial ni por TV, Kempes fue convocado para Alemania ’74. “La noche anterior al debut, el técnico Vladislao Cap reunió al plantel y recitó la formación titular. El último nombre fue ‘Kempes’. Me provocó una mezcla de nervios, orgullo y sorpresa. Tenía tal nivel de excitación que temblaba como una hoja”, recuerda Mario. Al día siguiente entró a la cancha del Neckarstadion, de Sttutgart, a enfrentar a Polonia en el primer partido del grupo que los reunía junto a Italia y Haití. A los 30 segundos quedó solo frente al fenomenal arquero Jan Tomaszewski, pero solo, solo, solo… y la tiró afuera. ¡Kempes, que era infalible ante el arco!

Publicidad

“Mi disparo salió algo mordido y se fue cerquita del palo izquierdo. ¡Me lo devoré! Debí avanzar unos metros más antes de patear. Por desgracia, no tuve revancha: fue mi única ocasión en todo el encuentro. Ahí aprendí que un Mundial es único, irrepetible, que las oportunidades no abundan y hay que aprovecharlas”. Esa tarde, la sorprendente Polonia de Lato (terminó tercera) ganó 3 a 2.

Quizás Kempes sea el único futbolista que es ídolo máximo de tres clubes: Instituto de Córdoba, Rosario Central y el Valencia. Sus goles espectaculares, su bravura para encarar las defensas son inolvidables. En Argentina lo sufrieron Boca, River, Independiente, Newell’s Old Boys (clásico rival), en España tenía a maltraer al Real Madrid. Aún se recuerda la final de la Copa del Rey de 1979, cuando el Valencia se coronó ganando 2-0 a los merengues con dos goles del zurdo… de derecha. En Central hizo 107 goles en apenas 2 años y medio; conste que en ese lapso debió hacer el servicio militar en Rosario y concentrarse con la selección para el Mundial ’74. De esos 107, el tanto más insólito -tal vez de su vida- se lo marcó a Boca. En un centro saltó a cabecear, pero antes de hacerlo sintió un impacto terrible en la nuca; su compañero Daniel Killer, el “Caballo” Killer, también en el intento de impactar el balón, golpeó con violencia su cabeza desde atrás y la frente de Kempes, como una carambola, mandó la pelota a la red. Cayó casi desmayado. “Todos los muchachos venían a abrazarme y yo no entendía qué había pasado”.

Cuenta otro episodio inolvidable, de la tarde en que Argentina perdía 2-0 con Inglaterra en Wembley y logró empatar con dos goles suyos, el segundo en el último minuto: “A poco de iniciarse el segundo tiempo, el técnico Cap ordenó un cambio y llamó a Houseman para que entrara. Pasaron dos minutos y nada. Volvió a llamar y no aparecía. ¿Y Houseman?, preguntó, los colaboradores lo buscaban, en el banco no estaba, calentando junto a la raya tampoco. Nadie entendía, ¿dónde se había metido…? Houseman se había quedado en el vestuario fumando. Al final apareció y comenzó la jugada que derivó en el penal y segundo gol”.

Publicidad

El cordobés de Bell Ville recuerda en su libro el famoso partido amistoso que, previo al Mundial ’74, Holanda, la Naranja Mecánica que asombraría al mundo unos días después en Alemania, vapuleó a Argentina 4 a 1 con un baile jamás visto. Fue un marcador completamente irreal, pudo ser, como mínimo, el doble. “Los holandeses, veloces y precisos, corrían, recuperaban la pelota, tocaban de primera, se desmarcaban, atacaban por todos lados. Cap me sacó a los 40 minutos para poner a Houseman. Salí mareado de tanto que me hicieron bailar”, confiesa Mario. Y agrega: “Víctor Rodríguez, uno de los miembros del triunvirato técnico, entró al vestuario y dijo: En parte tenía razón, debieron ganarnos 8 ó 9 a 1”. El desquite se dio un mes después, en octavos de final. Esta vez fue 4 a 0, también por arrasamiento. “Cap nos imploró: Cumplimos, no cometimos los mismos errores sino nuevos”.

En el capítulo dedicado al Valencia describe una situación que pinta la época. Era 1976. Su pase había sido polémico y novelesco porque la parcialidad de Rosario Central se oponía tenazmente a que lo transfirieran; fue necesaria una asamblea que lo aprobara. “Cuando llegué a España me estaban esperando en el aeropuerto de Barajas el presidente del club, Ramos Costa, y el técnico Pasieguito, nadie más. ¿Prensa? Nadie”. Hoy sería como si Cristiano Ronaldo llegara a la Juventus y nadie lo esperara en Turín.

Publicidad

El Mundial ’78 fue su gran revancha. Campeón, goleador y estrella de la Copa. Su consagración planetaria. “Nunca jugamos para los militares, el nuestro fue un triunfo deportivo, no de la política. Nosotros estábamos al margen de todo y dejamos el alma en la cancha para ganar. Que alguien lo ponga en duda no tiene perdón”.

El 16 de mayo de 1978 se inauguró el estadio de Córdoba destinado al Mundial en un partido entre un combinado cordobés y la Selección Argentina que se preparaba para el gran torneo. Destino: Mario hizo el primer gol. Treinta y tres años después, en lo que él considera “el mayor homenaje que me han hecho en mi carrera”, la provincia de Córdoba decidió bautizar el estadio con su nombre: Mario Alberto Kempes. Así lució para la Copa América 2011. “Nunca me habían temblado las piernas como en esa oportunidad, ni siquiera entes de la final con Holanda”.

El excelente relator Luis Omar Tapia lo recomendó como comentarista de ESPN, le tomaron una prueba y ya lleva 14 años en la cadena. Es feliz con eso. Se adaptó a la vida en Estados Unidos, se hizo amante del beisbol y fanático de los Red Sox, aunque sueña con volver a dirigir algún día. El Matador es una delicia más que nos regala la literatura futbolera. (O)