Un sector del periodismo del deporte ha convertido esta actividad en sinónimo de vasallaje, de obediencia ciega a las consignas directivas. Algunos no se atreven a discrepar de quienes ostentan el poder; no critican ni hacen observaciones que pudieran molestar a los dirigentes. Prefieren el adulo pensando en la perspectiva de disfrutar de lo que el expresidente de la Federación Ecuatoriana de Fútbol, Luis Chiriboga Acosta, popularizó como “favores logísticos”.

Es decir, una amplísima forma de cohonestar la corrupción usada para no hablar de dádivas, viajes turísticos, contratos que no se cumplieron nunca y otras figuras contrarias a la ética que debe normar, en todos los ámbitos, el quehacer periodístico.

Era tan insoportable la sumisión que uno de los más conspicuos comensales de la Ecuafútbol, en su propio programa radial, en una entrevista al expoderoso dirigente, le prometió luchar con todas sus fuerzas para que se le erija un monumento por su “admirable labor”. No ha tenido el valor de reconocer que su lisonja barata, pero redituable, fue un error, pues el extitular de la FEF está preso por motivos que son harto conocidos y pesa sobre él una sentencia penal.

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El mismo día en que se celebraba el Día de la Libertad de Expresión el club Barcelona envió al grupo Caravana una queja por las opiniones vertidas por el narrador Walter Ruiz Jaén durante la transmisión del partido jugado contra Liga, en Quito. Conozco a mi colega muchos años; es un comunicador graduado, con título universitario y una muy larga experiencia en el periodismo. Su criterio respecto del rendimiento de Ely Esterilla ha sido considerado insultante por los dirigentes toreros.

En este club hay una aparente pretensión de intocabilidad. Cualquier concepto no compartido causa un trastorno hepático en sus dirigentes, en una muestra moderna de posible “voluntad de poder”, un concepto del alemán Federico Nietzsche que ha sido definido como el “deseo por la pasión y del poder (poder entendido, en este caso, como el concepto más limitado de ‘dominación’)”.

La historia es maestra de vida y han olvidado los autores de la carta los ultrajes inferidos al árbitro Alfredo Intriago en uno de los episodios más bochornosos que se recuerden en una cancha de fútbol; la respuesta a este columnista cuando en un artículo condenamos el pretendido homenaje a Agustín Delgado, a quien se presentó como “símbolo” de Barcelona, olvidando su papel en la brutal agresión a los jugadores canarios en el estadio Casa Blanca de Quito; los degradantes epítetos al juez Roger Zambrano luego de un partido con Delfín, en Manta.

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En Barcelona hay una aparente pretensión de intocabilidad. Cualquier concepto no compartido causa en sus dirigentes un trastorno hepático. Los autores de la carta contra Walter Ruiz Jaén olvidan los ultrajes inferidos al árbitro Alfredo Intriago, en un episodio de lo más bochornoso.

Bien harían los dirigentes en hacer un examen de conciencia para aceptar que en nuestro periodismo hay espíritus críticos e independientes que siguen el ejemplo de Mauro Velásquez Villacís, a quien el expresidente Chiriboga persiguió y se vengó vetándolo para el Mundial 2002 en represalia por sus ácidas críticas.

El periodismo del deporte tuvo verdaderos símbolos –esos sí– que hicieron de nuestra profesión un culto de verticalidad y de sapiencia. Basta recordar los nombres de Francisco Rodríguez Garzón, Manuel Eduardo y Abel Romeo Castillo, Ralph del Campo, Luis Alcívar, Paco Villar, Ricardo Chacón, Víctor Zevallos, Jaime Rodríguez, Guillermo Valencia (Valenciano), Manolo Mestanza, Manuel Palacios, Arístides Castro y muchos más. No se agota la lista con la mención de estos nombres a los que se puede agregar muchos que aún están en actividad.

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Venían de las filas del deporte, tenían una vasta cultura, pero nunca presumieron de sabios, un defecto que es muy propio de un sector del periodismo de hoy, por lo general, que aborda todos los problemas tácticos y estratégicos que poco le importan a la gente, pero se escurren cuando se trata de los graves conflictos que se producen alrededor de las decisiones directivas, o de los abusos contra los futbolistas o los árbitros.

En una entrevista a César Luis Menotti publicada el viernes en el diario argentino Clarín, el DT campeón del mundo se refiere a este aspecto cuando dice: “Yo veo las agresiones, la soberbia de tipos que no jugaron nunca al fútbol y agreden, ofenden. Dicen: ‘Se equivocó en el cambio, tendría que entrar tal’ ¿Vos quién sos? Decí que el cambio que hizo perjudicó al equipo. Y listo. Pero no digas que vos hubieses hecho otro cambio. ¡Vos no lo vas a hacer nunca porque no sos entrenador! Hay un conjunto de pibes jóvenes que creen que saben todo y analizan con una soberbia que no se condice con su condición de periodista. ‘Yo el penal lo hubiese tirado…’ ¡No, vos no lo hubieses tirado ni lo vas a tirar nunca porque vos no vas a entrar nunca a jugar once contra once en la cancha de Boca! Entonces aprendé, escuchá lo que se siente al ponerse una camiseta y entrar en una cancha. Sé prudente. Esto no quiere decir ser obsecuente, pero sé prudente. Hay una imprudencia en el periodismo que también atrapa a los entrenadores”.

Lo del colega Walter Ruiz Jaén puede ser considerado una opinión fuerte sobre la capacidad de un jugador, su papel en la cancha y la conducta del técnico que advirtiendo la inutilidad, o el mal momento por el que pasa el futbolista, insiste en alinearlo o mantenerlo en el campo, pese a sus errores perjudiciales para el equipo. La narración de un encuentro está salpicada de pasión. No es como la lectura del teleprónter en un noticiario: fría, casi notarial. El verdadero narrador vive las emociones del cotejo y sabe los tonos que debe emplear según el desarrollo del juego.

Me contaban los que lo oyeron que Rafael Guerrero Valenzuela era un turbión emotivo en su época de narrador. A él le correspondió relatar el Sudamericano de 1947, en el Capwell, y cumplió brillantemente su faena. Muchos lo criticaron porque era el alcalde de Guayaquil. ¿Qué hace el alcalde en una cabina transmitiendo fútbol?, se preguntaron muchos y a mí me contó Rafael que la radio era su vida; que después de la alcaldía iba a seguir siendo periodista y narrador, lo cual cumplió. El maestro Ecuador Martínez era muy sobrio cuando el partido no presentaba mayores emociones, pero pude oírlo en los clásicos del Astillero, a los que ponía tonalidades muy emocionantes que todavía se recuerdan.

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La narración de un partido está salpicada de pasión. No es como la lectura del teleprónter en un noticiario: fría, casi notarial. El verdadero narrador vive las emociones del cotejo.

Walter Ruiz no ha sido futbolista, dicen en las redes sociales. Me consta que jugó fútbol y lo hacía con buena calidad. Muchos periodistas hemos sido jugadores en la calle, en el colegio, en la universidad, en ligas de novatos, en cualquier cancha. No hemos sido futbolistas porque esa es una profesión muy distinta a la nuestra, a la que elegimos, pero si se nos da la oportunidad, pese a la edad, nos vestimos de corto para recordar los tiempos de la Atarazana o del pedregoso campo de la Ciudadela Universitaria, cuando jugábamos en los torneos inter-años de la Facultad de Jurisprudencia. (O)