La velada fue ceremoniosa, cumplía rigurosamente las exigencias. El escenario enriqueció la formalidad que debía presentar el evento. La tradicional revista Estadio presentaba el ingreso al Ecuador Sports Hall of Fame (Salón de la Fama del deporte de Ecuador), a tres personajes de nuestra historia, que habían sido designados para recibir tal distinción: George Capwell, Mauro Velásquez y Andrés Gómez, con sus respectivas participaciones, dieron realce a nuestro deporte.

Mi intención es descubrir desde otros escenarios el perfil de estas celebridades. Por ejemplo, explicar el trascendental tránsito del gringo Capwell por nuestra ciudad. El historiador Rodolfo Pérez Pimentel destaca la participación de Capwell en el área social así: “Siendo una persona muy observadora, notó con pena que los jóvenes malgastaban su tiempo sin hacer nada de provecho en las esquinas. Y preocupado de tal situación, en unión de Manolo Vizcaíno, propietario de un ring en Escobedo entre Vélez y 9 de Octubre, instaló un gimnasio en el segundo piso de las oficinas de la empresa”. Y sobre su don de gentes, José Vicente Trujillo lo describió así: “Desde que era joven fue muy talentoso y cuando llegó no le fue difícil aprender las costumbres sociales de Guayaquil. Siempre fue el gringo Capwell y disfrutaba de las fiestas y la alegría junto a la gente humilde”.

Su labor va más allá de ser uno de los principales protagonistas en la fundación de Emelec, o promotor clave para la construcción de su estadio. Nos queda recalcar otras tareas; Galo Plaza Lasso, presidente del Ecuador, en una carta del 14 de febrero de 1951, describe a Capwell: “Se dedicó a una labor en beneficio de la niñez y de la juventud de Guayaquil, no solo en el ramo deportivo, sino también en el educacional, que hace que su nombre no podrá ser nunca olvidado por los ecuatorianos”.

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El segundo incorporado a este recinto de gloria, destinado para excelsos triunfadores, fue Andrés Gómez, cuyos logros en el tenis mundial recogen una estadística impresionante en singles, dobles, Copa Davis y cierra con broche de oro cuando besa orgulloso la famosa copa de los mosqueteros de Roland Garros. En el libro que escribí 100 años del tenis ecuatoriano, en el extenso artículo que le dedico al Zurdo de Oro, está el segmento ‘Pensamientos en voz alta de Andrés Gómez’. Dice: “Creo que mi padre habría sido esa guía que necesitaba cuando comenzaba a ser profesional. Mi mejor virtud fue haber confiado en lo que soy capaz de hacer. La suerte existe cuando nos preparamos bien, ahí viene sola. He sido afortunado con una madre maravillosa, hermanos que tomaron el papel de mi padre. Encontré a los 24 años a la mujer que me ayudó en mi carrera y unos hijos a los que quiero. Para qué más”. A Andrés Gómez Santos lo reseñé como ‘La leyenda… su mejor golpe la humildad’.

Sobre el tercer personaje, los organizadores del acto me honraron al pedirme que hiciera la exaltación de rigor de Mauro Velásquez. Esto le escribí: “Eduardo Galeano, en su libro El fútbol a sol y sombra, se refería a los doctores del fútbol, afirmando que son solo aquellos que opinan con la frente en alto, sin pelos en la lengua, porque siempre llaman al pan, pan y al vino, vino para declarar la verdad. Aunque a muchos les duela, caiga quien caiga y cueste lo que cueste”. Mauro tenía esa sana costumbre de hacer lo que el manual de Galeano sugiere.

Mauro, apasionado por el fútbol y por conocer su historia, dedicó mucho tiempo a coleccionar e investigar, solo así podemos explicarnos cómo llegó a concebir con toda exactitud la historia de nuestro balompié. Su éxito titulado El fútbol ecuatoriano y su selección nacional es de los libros de consulta más importantes que se hayan escrito en nuestro país.

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Esa obra ratifica su creencia de que la historia debe ser el relato fiel de los hechos y dejar las leyendas para los que escriban cuentos. Su periodismo le permitió transitar por la radio, donde brillaba por su criterio y tono de voz. Hizo época como director de la singular revista Siete días deportivo, fue columnista de los diarios de la ciudad, en la televisión marcó un hito con su programa dominical (La número 5 en acción). Su personalidad sobria, recta, intachable, le permitía diferenciar a quien darle la confianza y a quien entregarle su amistad.

Hace ya muchos años me correspondió vivir una experiencia cuando un presidente de la FEF me invitó a un desayuno. No pasó mucho tiempo para revelarme su enojo por lo que él llamaba “campaña” en su contra armada por dos conocidos periodistas de la radio y que en vista de las relaciones tan cordiales que teníamos me solicitaba encarecidamente que los separara; se refería a Manfredo Valdez y a Mauro Velásquez.

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Inmediatamente me levanté y le dije que por suerte no había pedido nada al salonero y no gastaría su dinero por esa infame propuesta. Me fui orgulloso porque comprendí plenamente por qué Mauro lo fustigaba. De su amor al fútbol se desprende su sueño por hablar y escribir de él. Soñador, coleccionista, historiador, claro en conceptos, lo recuerdo por algo que decía Ortega y Gassett: “La claridad es la cortesía de los inteligentes”.

Reproduzco la dedicatoria de Mauro en su libro estrella: “A mi madre, que me compraba todas las revistas de fútbol desde que tengo memoria; a mi padre, que me llevó por primera vez a un estadio; a mis tíos Leonardo Velásquez y Gilberto Triviño, que mantuvieron vivo en mí el interés por este deporte; y a Helena y mis hijos, sin los que mi vida no tiene sentido”.

La noche fue inolvidable. Hubo una gran confraternidad y se hizo justicia con los tres reconocimientos. Estamos seguros de que muchos otros personajes de nuestra sociedad deportiva tienen adquirido el derecho a formar parte del Hall of Fame. Para qué agregar más. (O)