Augusto Cifuentes Morante es un antiguo compañero del Colegio Nacional Vicente Rocafuerte a quien encontré luego de muchos años en el Policentro, mientras andábamos ambos de compras para nutrir la refrigeradora antes del feriado de carnaval. Nos saludamos con Augusto con la euforia que da el haber compartido una época en la que todavía brillaban los fulgores del primer plantel educativo de la República en los planos académico, intelectual, cívico y deportivo.

El tema del fútbol salió a la luz de pronto, lo cual es inevitable. Augusto es un lector devoto de esta columna, lo cual agradecí. Hablamos del contrato entre la FEF y GolTV y mi amigo confesó haberse sorprendido por la nota de Diario EL UNIVERSO que revelaba que el vínculo había sido previsto no para diez años, sino para 20. “Con razón Carlos Villacís declaró que el contrato no se podía mostrar públicamente porque era confidencial y así lo habían convenido las partes”, dijo mi condiscípulo vicentino.

Pero varias partes del texto ya se han filtrado y hoy sabemos por nuestro Diario que el contrato es ‘De aquí a la eternidad’, como se tituló aquella inolvidable película estrenada en 1953, basada en el libro homónimo (From here to eternity), del escritor estadounidense James Jones. Qué iban a dejar que se conociera el ominoso documento si este amarra de por vida a la FEF a la influencia de Paco Casal. ¿Podrá la Comisión Nacional Anticorrupción o la Contraloría examinar el vínculo perpetuo entre la Federación y GolTV para transmitir los encuentros del campeonato nacional de fútbol y los compromisos de la Selección? No hay que olvidar que la Ecuafútbol es un ente privado con finalidad social y pública, que el Ministerio del Deporte es el máximo organismo en el manejo de la política deportiva y que, por tanto, todas las federaciones y demás entidades actúan por delegación del Estado. Esto es lo que consagran la Constitución y la Ley del Deporte que en el 2010 se apoderó del manejo deportivo.

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Pero este lodoso y maloliente tema no es el de esta columna. Mi compañero vicentino escucha los programas deportivos y me contó que en uno de ellos, un draculiano comentarista expresó que el único ídolo que tiene Barcelona, en toda su historia, es un jugador argentino (nacionalizado ecuatoriano por la gracia de la Revolución Ciudadana) y que todo lo demás es mentira. Yo no tengo piedad para los ignorantes que presumen de sabios. Ellos son una enfermedad venérea incurable para la sociedad y hay que combatir la mentira con verdades.

Barcelona ha tenido ídolos, jugadores que entraron al corazón del pueblo por su calidad futbolística y humana. Eran grandes en la cancha y fuera de ella. Eran caballeros más allá de su humildad. ¡Qué va a saber ese sujeto de la existencia del primer líder que arengaba en la cancha del viejo estadio Guayaquil a su tropa del Astillero. Era nada menos que Manuel Gallo Ronco Murillo Moya. Y a su lado el siempre heroico Rigoberto Pan de Dulce Aguirre Coello, el arquero que salía con el balón hasta la media cancha y tapaba penales con los codos y con la cabeza.

Cuando Federico y Jorge Muñoz Medina decidieron armar un plantel poderoso con los juveniles del Panamá SC, llegaron a las filas toreras dos futbolistas que contribuyeron a edificar el paso del pequeño club de barrio a la gran idolatría popular: Jorge y Enrique Cantos Guerrero. Jorge fue un volante central de una riqueza técnica incomparable, mientras que su hermano, Pajarito, era pura astucia, picardía y goles. Uno de los instrumentos con que se construyó la idolatría fue la famosa ‘bicicleta’, que Enrique me confesó haberla copiado del uruguayo Roberto Scarone cuando este llegó a Guayaquil en 1947 siendo entrenador-jugador del Deportivo Cali.

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Barcelona ha tenido ídolos, jugadores que entraron al corazón del pueblo por su calidad futbolística y humana. Eran grandes en la cancha y fuera de ella. Eran caballeros más allá de su humildad. Chuchuca fue prodigio de valentía.

De pura casualidad, con 21 años y nacido en Buenavista, El Oro, llegó en 1946 el arquitecto supremo de la idolatría amarilla: Sigifredo Agapito Chuchuca Suárez. No pienso que el arbitrario opinador haya leído –algo casi imposible– pero sí oído hablar del Cholo Chuchuca, aunque sus interlocutores deben haber tenido el mismo grado de desconocimiento de la historia.

Este columnista vio jugar a Sigifredo desde 1952 hasta su retiro, pues lo seguimos hasta cuando fue a recalar a las filas del Boca Juniors, que jugaba en la serie de ascenso. Con casi 66 años de ver fútbol puedo afirmar que fue un prodigio de valentía, de amor por los colores oro y grana. Antes de expresar mi propia opinión quisiera reproducir fragmentos de una columna que apareció en un suplemento de EL UNIVERSO, el 24 de mayo de 1973, escrita por un verdadero periodista deportivo, como eran los de antaño y solo algunos de hoy: Ricardo Chacón García.

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Decía Ricardo: “Cuando se escriba el capítulo de la historia del fútbol en sus proyecciones de popularidad; cuando se analice el porqué de este fenómeno llamado Barcelona; cuando muchos de los actuales atletas sigan viviendo gracias a la habilidad de sus piernas y las reacciones de sus cerebros, entonces habrá que agradecer mucho de lo logrado a un hombre que fue motivo para llevar a millares de partidarios al estadio; para gritar hasta enronquecer por los colores de Barcelona, al hombre que lo encumbró: Sigifredo Chuchuca”.

Y sigue escribiendo Chacón: “Nunca antes un futbolista llegó a estratos de idolatría como el cholo orense, que con su estilo y ortodoxia, sin la finura del fútbol ‘panamito’, sin la exquisitez de un Ramón Unamuno, sin la potencia de los grandes del Córdoba de antaño, sin la alegría de un Guido Andrade o un Fonfredes Bohórquez, se impuso por su bravura y coraje marcando goles que todavía se cuentan y obligando a las tribunas a remecer alambradas que él las despreció porque nunca se acercó a ellas en ademán histérico. Por el contrario, cada vez que marcaba un gol –que fueron cientos– levantaba apenas el brazo frente al griterío y regresaba al centro de la cancha para buscar el nuevo arranque que lo conducía al gol, llevándose defensas y arqueros sin pedir ni dar cuartel”.

“Chuchuca, ese grito que fue por años símbolo del fútbol, le hizo a Barcelona el pedestal de ídolo que aún conserva y al fútbol la aureola que hoy lo rodea”, dijo Ricardo Chacón en 1973.

Más adelante, el recordado periodista deportivo afirma: “Sus goles fueron sintonía de alevosía y ensañamiento, pero leales en su trayectoria frente al rival. Nunca hirió por deseo. Solo las redes le tuvieron miedo cada vez que el jefe de la tribu barcelonesa de los años 40 y 50 entraba en el área chica”.

Chuchuca fue un talento natural como lo reconoce Chacón: “Sin que nadie le enseñara fue un gran cabeceador; sin saber cómo aprendió el manejo de la pelota. La dominaba en el aire para impulsarla al vientre del arco, y así, en ese trayecto del medio campo al gol, Chuchuca, ese grito que fue por años símbolo del fútbol, le hizo a Barcelona el pedestal de ídolo que aún conserva y al fútbol la aureola que hoy lo rodea”. (O)

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