Barcelona y Real Madrid representan la cima del fútbol a nivel de club. Son tan poderosos, han adquirido tal dimensión que casi han desnaturalizado la competencia al punto de que los otros se pregunten “¿para qué jugamos?”. El Atlético de Madrid logró arrebatarles una liga en 2014, que en realidad no debió ser, pues en el último instante del último partido el juez anuló un gol legítimo del Barça que le daba la corona. Como sea cortó la hegemonía de años de los dos gigantes (ganaron doce títulos de trece).

Ese predominio local se fue trasladando a Europa. Y de las últimas doce Champions, se quedaron con siete; las últimas cuatro, consecutivas. Para salirles al cruce, dos clubes-estado, Paris Saint Germain y Manchester City, han sido inyectados con miles de millones de euros provenientes del mundo árabe. Petrodólares. No obstante, todavía no han podido darles el golpe que los mande a la lona. Lo buscan, lo intentan, no pueden. Hasta hace muy poco, cuando se hablaba de las grandes instituciones del mundo, se mencionaba al Bayern Munich, al Manchester United, a la Juventus, al Inter de Milán junto a los dos elefantes españoles. También ellos han quedado un piso más abajo.

El público en general piensa que la española es una liga tonta porque siempre prevalecen estos dos colosos, pero si estuviesen en cualquier otro país seguramente el dominio sería aún más abrumador. Por el contrario, es memorable cómo clubes mucho más limitados económicamente como el Betis, el Girona, etcétera, logran arruinarles más de un domingo.

Publicidad

Este fenómeno se dio en los últimos años por dos razones puntuales: los fichajes galácticos del Real Madrid, que lo tornaron un club planetario, y el fenomenal Barcelona de Guardiola, cuyo juego enamoró al mundo. A lo que contribuyó la aparición de Messi, quien lleva 529 goles y 32 títulos en el club (y eso sin contar el juego…). El suceso deportivo potenció el económico y se volvieron inalcanzables. La ecuación buscada se cumple inexorable: más títulos es igual a mayores ingresos igual a fichajes más estelares e igual a nuevos títulos. “Así no vale”, grita Rummenigge desde Munich cada vez que salen al mercado, pero sí vale. Y siguen liderando la flota, como dos acorazados rodeados de docenas de barquitos en el ancho mar del fútbol.

Tienen el dinero para acometer los fichajes más estelares. Y los ayuda la presión que ejercen los futbolistas para ir a Madrid o a Barcelona. Como Coutinho, que además de dejarle 160 millones de euros al Liverpool, forzó su salida. Pasa que los jugadores quieren ser campeones, y saben que vestidos de azulgrana o de blanco pueden serlo rápidamente. Yerry Mina lo dijo: “Vengo a ganar títulos”. Coutinho lleva ocho temporadas en Europa y no ha podido ganar ni una liga todavía. En mayo puede ser su primera vez: Barcelona es cómodo puntero. A propósito de la opulencia: el Barça desembolsa 160 millones y ni siquiera puede usarlo en Champions, pues ya la jugó para el club inglés.

El resto de los clubes europeos, no ya los de otros continentes, se devana los sesos pensando cómo cortar tanta hegemonía. Mientras, ellos dos luchan entre sí año tras año para ver quién gana la pulseada. Tan extraordinario es este fenómeno que, si no repiten inmediatamente los éxitos, entran en crisis también inmediatamente. Ese exitismo a la enésima potencia se refleja en el Real Madrid. El 16 de diciembre (29 días atrás), el equipo del francés Zinedine Zidane hilvanó su quinta corona en siete meses: el Mundial de Clubes, que se sumó a la Liga, la Champions y las Supercopas Europea y Española. 

Publicidad

Hoy, ya atraviesa un periodo de insatisfacción y críticas, y los medios afines, como Marca y As empiezan a hablar de limpieza. Incluso a cuestionar severamente a Zidane, al que le han puesto plazo: la serie de octavos de final ante el PSG. Si no la pasa, en julio saldría del club. Marca incluso habla de una nueva contratación galáctica: Neymar. “Lo ven como el jugador estratégico en lo deportivo y económico”, dice el periódico. Y puso una gran foto del brasileño en portada el viernes pasado.

También Cristiano Ronaldo puede dar fe de lo que es pasar del cielo al purgatorio. El 7 de diciembre ganó su quinto Balón de Oro; el madridismo se ufanó. Un mes después, el club y los hinchas lo ven como un problema mayúsculo. En esa misma nota de Neymar, Marca da a entender que el club de Santiago Bernabéu ofrecería al portugués en parte de pago. En realidad, no saben qué hacer con él. Su nivel de juego es bajísimo, cobra una fortuna, tiene tres años y medio más de contrato y en unos días cumple 33… Para agravarlo: él necesita que el equipo le arme el juego, pero el equipo necesita que él aporte soluciones, para eso lleva el rótulo de crack. El cuadro pasó de ser idílico a preocupante en un mes. Además, ya casi resignó la liga. Como sospechábamos en julio último, James no hizo mal negocio en irse al Bayern. Ganó la liga y se ahorró la crisis, es titular, lo valoran.

Publicidad

En ese vaivén permanente de sube y baja, la contracara perfecta del club madrileño, hoy, es el catalán. Es un vaivén cíclico. Cuando los merengues amontonaban festejos, los culés sumaban dramas. Perdieron la Liga por derrotas insólitas, se les escapó la Champions, se fugó Neymar, Luis Enrique dejó el banco, no encontraban técnicos de envergadura y todos sus refuerzos parecían lamentables. Hasta vio amenazado su futuro por una hipotética independencia de Cataluña. Hoy lleva 28 partidos invicto y está en carrera en los tres frentes. Le sacó 16 puntos de ventaja al Madrid en España, Ernesto Valverde parece ser un sorprendente gurú de la dirección técnica y ha conseguido dos fichajes resonantes: Dembelé y el citado Coutinho. En agosto era la tormenta perfecta, en enero lo ilumina un sol feliz, redondo. 

Un sol tan inmenso que sirve incluso para tapar las conocidas “equivocaciones” del Barça con los pases. Una de ellas es la de Arda Turan, el volante turco que jugó 55 partidos y costó 55 millones, o sea un millón de euros por cada salida al campo, y muchas fueron por apenas unos minutos. Fracasó estrepitosamente y ahora se va virtualmente regalado al Basaksehir, un equipo de su país, cedido por dos años y medio, lo que le queda de contrato con el club de Cataluña. “Fue un fichaje electoral del presidente Bartomeu para generar impacto y ganar la votación”, escribió el periodista Lluis Mascaró, de Sport.

Yerry Mina se transformó el viernes en el primer futbolista colombiano en ponerse la casaca azulgrana; subió al peldaño más alto que puede dar un jugador hoy día a nivel de club: el Madrid o el Barça. Todo lo demás está escalones abajo. Dan rabia las cifras: 11,8 millones de euros. Dos semanas antes, el Liverpool desembolsó 85 millones de euros por otro zaguero, Virgil Van Dijk, holandés. No creemos que Van Dijk sea siete veces más que Yerry. Pero esos ya son cinco centavos aparte, hablan de nuestro sempiterno tercermundismo… (O)

El público en general piensa que la española es una liga tonta porque siempre prevalecen Barca y Real Madrid, pero si estuviesen en cualquier otro país el dominio sería aún más abrumador.