No existían los jefes de prensa o de relaciones públicas. Y si en 1962 había algo parecido en Guayaquil, no tenían las consignas de los actuales: por ejemplo, dificultar el trabajo de los periodistas, desinformar intencionalmente sobre la llegada o salida de clubes o futbolistas “para que no los desconcentren” con preguntas. O sacar del aeropuerto, en operativos tipo comando, en autos con vidrios polarizados, a jugadores extranjeros de discreto historial cuando arriban como nuevos fichajes.