Para el abogado de la Federación Ecuatoriana de Fútbol mi postura crítica frente al desastre administrativo y moral de ese organismo se debe a mi “animadversión hacia la FEF”, de lo que se infiere que, luego de los sesudos análisis que suele hacer para la defensa de esa entidad, todo se debe a un sentimiento de odiosidad hacia seres inocentes que son víctimas de la pasión destructiva de Loretta Lynch (Fiscal de EE.UU.), el FBI y este humilde periodista.

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Todo su talento y experiencia no le ha permitido advertir que el periodismo es un contrapoder y que el deber de un periodista auténtico es cuestionar de modo permanente a quienes ejercen el poder. Es que resulta tan disonante que exista una voz independiente, no comprometida, en un medio de aplaudidores tarifados y de beneficiarios de prebendas que, aunque tienen voz e imagen en los medios, no son periodistas en los términos que dispone la ley.

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Según el columnista polaco Ryszard Kapucinski: “Periodista es el que no muestra tan solo a las cucarachas en el piso, sino que señala dónde se esconden”. El lugar de un periodista que tenga dignidad no es estar con los poderosos, sino permanecer fuera de las esferas del poder. Solo allí, alejados del poder y del dinero, podemos conseguir respeto y credibilidad. Nuestro “poder” como periodistas viene de ser “antipoder”.

Para los estudiosos de la comunicación, el periodista es quien da testimonio de la realidad. Para lograrlo no se puede ser servil hacia los poderosos, ni un mensajero de comunicados oficiales, ni simple observador con ausencia de compromiso, ni dejar de cuestionar -cuando fuera necesario- los actos de las autoridades o funcionarios.

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Quien no critica, quien no señala errores se convierte en un empleado del gobierno, empresa o institución. Quien acepta regalos, viajes o canonjías de quien debe ser objeto de su escrutinio periodístico, negocia su independencia y se convierte en rehén del obsequiante. Eso ha ocurrido en nuestro balompié, plagado de silencios cómplices, obsecuencias y sumisiones en el seno de la propia FEF, ya se trate de directivos, congresistas, funcionarios, empleados y el ya reconocido coro de ‘periodistas’.

Para Alberto Ballvé, profesional argentino de las ciencias empresariales, “la Real Academia define a la obsecuencia como sumisión, amabilidad, condescendencia”. La virtud de la obediencia -dice Ballvé- marcha en medio de dos vicios: la sumisión y la insumisión.

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En la Ecuafútbol, la sumisión fue siempre premiada por el poder autoritario, pero los que se atrevieron a discrepar fueron perseguidos y sancionados. Allí los casos de los dirigentes Eduardo Granizo y Esteban Paz. La Comisión de Selecciones estuvo y está pintada. Cuando la voluntad del presidente de la FEF de recontratar al discutido Hernán Darío Gómez fue objetada por el general Tito Manjarrez, este caballero fue separado del seno de la entidad. Luis Chiriboga argumentó que había obrado a pedido del club El Nacional, pero los directivos criollos lo desmintieron. El técnico Octavio Zambrano hizo público el caso de jugadores con identidades y edades falsas y la orden vino de arriba: seis meses de suspensión. Fue obedecida al pie de la letra por el brazo ejecutor de las persecuciones a los disidentes: Álex de la Torre, titular de la Comisión de Disciplina, que hoy aspira a presidir la FEF.

Las actitudes del dueño absoluto del poder dentro de la Ecuafútbol provocaron temor reverencial. Todos obedecían, callaban, dejaban hacer, dejaban pasar. La obsecuencia se pagaba con viajes a los torneos internacionales y partidos amistosos. Pasajes en primera, alojamientos lujosos, farras y viáticos. Es insólito que los favorecidos fueran los que formaban los congresos que debía aprobar los informes anuales sobre la administración y los gastos de la FEF. Jueces de cuentas aceptando regalos de aquel al que debían juzgar.

Para Ballvé “la obsecuencia tiene efectos altamente negativos. El receptor alimenta su ego, se corrompe y le quita sentido de misión a su vida. Alguien tiene que poder decirle al Rey que está desnudo”. Y agrega: “El obsecuente es adulador, desleal y alcahuete. Dice en forma intencionada y desmedida lo que agrada a quien se somete y no lo que piensa. Actúa con desidia, pereza para pensar y cobardía de ser persona. Puede rebajarse hasta prostituirse, no siendo el capitán de su propia vida”.

En otros tiempos, cuando el pudor y el recato eran normas entre los dirigentes deportivos, con una delegación al extranjero viajaban el presidente y un delegado, aunque se tratara de una representación numerosa. Cuando alguien se colaba la protesta periodística era unánime y se bautizaba al expedicionario con el apodo vergonzante de ‘maleta viajera’. La FEF inauguró en 1999 los llamados ‘Chiri Tours’. A la Copa América de ese año viajó Chiriboga con seis “invitados”. Cuando Diario EL UNIVERSO lo cuestionó respondió con la soberbia que sería el signo de su mandato de 17 años: “Yo hago con la plata de la Federación lo que me da la gana y los únicos que pueden reclamarme son los presidentes de los clubes”.

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Lo que empezó con seis invitados llegó, en el Mundial Brasil 2014, a 114 según lo reconoció la propia Federación. Una muestra del descaro que reinaba en la FEF es que el directorio resolvió que cada uno de los miembros que formaban los cuadros de la entidad tenía derecho a invitar a un familiar con los gastos pagados por la institución.

Los clubes tienen hoy la oportunidad de poner fin a tanta ignominia y restaurar el sentido de administración decente en la FEF. El periodista Jorge L. Daly, de El País, de España, dijo el jueves anterior en un artículo importante: “¿Cuál es la fórmula ideal para combatir la corrupción? Expertos que a fondo la estudian resumen el problema en una fórmula sencilla: la corrupción (C) es igual al cargo que detenta un funcionario (X), más el uso y abuso de las oportunidades que se derivan del cargo para provecho propio (Y), menos la ausencia de vigilancia de sus funciones por parte de autoridades que fiscalizan y de los medios que investigan e informan (Z). Entonces C = X + Y – Z. Magnífica definición sin duda. Además brinda los antídotos para combatirla: quítele al funcionario la facultad del ejercicio arbitrario de su poder y tonifique, más bien, el poder de los que tienen el deber de fiscalizar y de informar. Por último, por favor, nunca viole el mandamiento de tolerancia-cero frente a la impunidad.

De allí que es imprescindible obedecer el mandato popular que se escucha en las calles y en las graderías de los estadios respecto a la FEF: !Que se vayan todos, que no quede ninguno! Tal vez esos aficionados al fútbol padezcan, como yo, de “animadversión” hacia esos ‘inocentes’ encausados y a quienes patrocinaron tanta tropelía. (O)

Los que se atrevieron a discrepar fueron perseguidos. Los clubes tienen hoy la oportunidad de poner fin a tanta ignominia y restaurar el sentido de administración decente en la FEF.