Prósperos hombres de negocios cambian por unos días las comodidades que sus altos ingresos pueden pagar por un estilo de vida marinero y así practicar el deporte que los apasiona, el velerismo.

Se encuentran cada tres años en la Copa Galápagos, que en esta décima edición fue ganada por el velero chileno Rayo VI, de Carlos Gil, para competir, no por dinero, sino por un trofeo.

Durante una semana se olvidaron de reuniones, almuerzos ejecutivos o viajes de negocios; y cambiaron los trajes de saco y corbata por chompas rompevientos, camisetas, pantalones cortos, gafas y sombrero. Todos sienten el trajín en alta mar, donde se come poco, se siente frío y se duerme enganchado a los bordes de las embarcaciones, mojándose o, en el mejor de los casos, en delgados colchones cerca del piso.

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“Lo que gozamos es la experiencia de competir y de repetir esta regata cada tres años. Siempre estamos pensando en esta carrera (en Galápagos) y cuando se da, para nosotros es maravilloso estar varios días navegando y no preocuparnos de nada más”, dice Francisco Rizzo, armador del velero ecuatoriano Negra, que se quedó con el segundo lugar.

Los dueños de las embarcaciones no son competidores a tiempo completo y mucho menos viven de este “deporte de caballeros”, como indican ellos, y que requiere de una alta inversión para su práctica debido al costo de un velero (no menos de $ 80.000, considerando sus características y año de fabricación) y su mantenimiento.

La mayoría de veleristas, incluidos los “suplentes” que viajaron a bordo del Buque Escuela Guayas, sube entusiasta a la última tarima, así sea para recibir la medalla por haber participado. Otros, al parecer, prefieren pasar inadvertidos ante las cámaras, como el caso del exgobernador del Guayas y expresidente de la Corporación Financiera Nacional (CFN), Camilo Samán, al mando del velero Bravissimo, quien participó en la inauguración en Salinas y en las regatas en Galápagos, pero que no acudió a la colocación de la presea, como sí lo hizo el resto de su dotación.

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Rizzo, presidente de la Cofradía Oceánica del Ecuador, comenta la experiencia de vivir por unos días a bordo de un velero: “Tenemos un espacio pequeño para la ducha, casi no nos bañamos, nos lavamos un poco. En la parte inferior pueden dormir hasta cuatro personas. Tenemos una pequeña cocina, un puesto con equipos de navegación y comunicación”.

El ambiente de camaradería vuelve gratificante cualquier sacrificio, expresa Olaf Dyck, del Wasabi, quien se dedica a la exportación e importación.

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“Esta es una regata internacional que se realiza cada tres años y a la que asisten casi siempre los mismos señores. Es una amistad de años, cuando se llega a puerto se conversa de las experiencias mutuas”.

Tal es la búsqueda de la victoria, que muchos armadores contratan a extranjeros, expertos en la vela, para dar una dura batalla en el mar a sus contrincantes. Pero una vez en tierra la camaradería es notable, mucho más en las premiaciones.

A manos llenas, cargado de premios, luce sonriente Cristóbal Toledo, armador del ecuatoriano Sunset, que en la categoría 600 ganó las cuatro regatas en las que participó. “No hay mayor satisfacción que poder decir que hemos quedado invictos, a pesar de que tenemos un barco pequeño y pesado”.

El premio al más rápido (de la travesía oceánica de Salinas a San Cristóbal) fue para el Kuankun, del inversionista peruano Eduardo Wong, cuyo grupo familiar vendió la mayor cadena de supermercados en Perú para introducirse en el negocio de la aviación comercial.

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“Este deporte no es solo de ricos, también es de los que trabajamos para ellos”, dice entre risas uno de los tripulantes peruanos que viajaron como “suplentes” a bordo del Buque Guayas y que deben llevar las embarcaciones de regreso al Callao, una vez que sus jefes vuelven en avión a retomar sus actividades cotidianas.

528
millas náuticas

Esa fue la distancia que navegaron 29 embarcaciones, en cinco regatas, en la disputa de la X Copa Galápagos que culminó el sábado pasado tras ocho días de competencia.