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MADRID.- Sara Montiel, considerada un mito del cine para toda una generación de españoles y la primera actriz ibérica que triunfó en Hollywood, falleció ayer en Madrid. Tenía 85 años. Murió en su domicilio de la capital española tras sufrir un desvanecimiento.

Actriz y cantante, protagonizó más de medio centenar de películas. Fue ícono de belleza. Vivió una agitada vida amorosa y se hizo famosa por fumar puros en el escenario cuando cantaba. Nacida el 10 de marzo de 1928 en el municipio de Campo de Criptana, en la región central de La Mancha, María Antonia Abad Fernández, su nombre de pila, fue hija de un agricultor y de una vendedora de puerta en puerta de productos de belleza. En su adolescencia ganó un concurso de talento realizado por Cifesa, en ese entonces la casa cinematográfica más influyente de España.

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En 1944 comenzó una prolífica carrera con el filme Te quiero para mí, del húngaro Ladislao Vajda, y antes de finalizado el año apareció en un papel estelar bajo su nombre artístico definitivo, Sara Montiel, aunque a veces también usaba Sarita.

Durante los cuatro años siguientes participó en catorce películas, entre ellas el drama Locura de amor (1948), del cineasta Juan de Orduña, cuyo gran éxito la impulsó a una carrera cinematográfica en México entre 1950 y 1954.

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Atraídos por su belleza y talento, los productores de Hollywood la presentaron al público estadounidense en Vera Cruz (1954), que protagonizó con Gary Cooper y Burt Lancaster.

Posteriormente actuó en Serenade (1955), con Mario Lanza, bajo la dirección de Anthony Mann, quien llegó a ser el primero de sus cuatro maridos. “Nunca, nunca, nunca” imaginó que llegaría a ser tan exitosa, admitió en una entrevista en el 2007. Desde los 5 años, cuando sus padres comenzaron a llevarla al cine, su “sueño más grande era llegar a ser artista y triunfar” como la actriz Ingrid Bergman y la cantante Edith Piaf.

A la pregunta de por qué llegó a conquistar el mundo con cerca de 50 películas y casi una treintena de discos, solía responder: “Por el ahínco que he tenido siempre de procurar hacer las cosas lo mejor posible y de rodearme de un equipo bueno”. Tras protagonizar junto con Rod Steiger Run of the Arrow (1957), dirigida por Samuel Fuller, Montiel decidió regresar a su país natal, donde apenas había gozado de éxito antes de viajar a México. La actriz saltó definitivamente al estrellato con El último cuplé en 1957, una de las películas más taquilleras de la historia del cine español.

Por su siguiente obra, La Violetera, llegó a cobrar más de un millón de dólares, algo insólito en aquellos tiempos. La canción principal y la banda sonora se vendieron bien en muchos países y con eso allanó el camino para desarrollar también una carrera como cantante.

En España era referente indiscutible de la gran pantalla. Protagonizó y produjo decenas de películas y musicales. No volvió a pisar Hollywood porque, según reconoció años después, su cabello oscuro y rasgos latinos limitaron su presencia a papeles secundarios como india en westerns de la época.

Tras la muerte del dictador Francisco Franco en 1975, aparcó el cine y se volcó en su faceta musical, protagonizando espectáculos de variedades en teatros y televisión. Su tono de voz baja y muy grave revitalizó el cuplé (género musical popular de carácter picaresco). Montiel se definía como una mujer plena, feliz en lo profesional y en lo personal, sobre todo tras la adopción de sus dos hijos: Thais (1979) y Zeus (1983).

Datos

Una de las señas de identidad de Sara Montiel era fumar puros en el escenario, un hábito que en aquel entonces parecía reservado solo a los hombres. Montiel contó que fue el escritor Ernest Hemingway quien le enseñó a fumar. La actriz confesó que con él tuvo una relación “puramente sexual”. Según aseguraba ella, él “era como un toro, muy viril, muy fuerte”.

Con el actor James Dean vivió un romance de película e incluso estuvo a punto de viajar con él el día en que tuvo el fatídico accidente que le costó la vida.

“Me juré no tener ningún amo, ser pájaro libre y lo he cumplido”, solía decir Saritísima, como también se la conocía, una mujer sin pelos en la lengua reconvertida en los últimos años a diva kitsch por su personalidad excesiva.

Visitó Guayaquil en 1977 y 1978. Diario EL UNIVERSO le realizó una entrevista, en la que aseguró deseaba volver. La firmaba Trudy García.