El rector de la Universidad Central, doctor Édgar Samaniego, advirtió días atrás que, por la obligación de jubilarse al cumplir 70 años de edad y por otras normas ahora vigentes, la Central puede sufrir una grave crisis docente con el retiro de más de 900 profesores. ¿Es la edad un factor esencial para dar de baja a un docente? ¿A quién se le ocurrió el límite de los 70 para expulsar ipso facto a los profesores de las universidades? ¿Por qué cortar las cabezas docentes apenas ajustan los 70?

Cuando estaba por cumplir los 80 años, Alfredo Pareja Diezcanseco fue profesor de la Universidad Católica de Quito y enseñó en la Universidad de Austin, Texas. En 1979 había sido canciller de Jaime Roldós; tenía entonces 71 años de edad. Una persona con esos años encima ahora debe retirarse de la función pública. Recuerdo que, hacia mediados de los años ochenta, yo le pedí que ofreciera un curso de Thomas Mann en el Departamento de Letras de la Católica. El escritor había publicado, años atrás, una importante obra crítica sobre el autor de La montaña mágica. Pareja era uno de los escritores con más de una decena de novelas publicadas y centenares de páginas de historia, ensayo y artículos periodísticos. Como era previsible, fue un magnífico maestro: los estudiantes tuvieron el privilegio de asistir a sus cursos sobre Mann y otros inolvidables como el dedicado a la lectura del Ulises de James Joyce o a las grandes tragedias de Shakespeare. Y Pareja no tenía título académico universitario y sobrepasaba entonces de largo los 70 años.

En 1955, cuando a Jorge Luis Borges le faltaban tres años para ajustar los 70, fue nombrado en 1956 profesor de la Universidad de Buenos Aires. Una década atrás, el peronismo lo había pasado de bibliotecario a inspector municipal de aves en los mercados, por retaliación política. Borges no sería ahora nombrado profesor en una universidad ecuatoriana. Y tampoco lo sería el filósofo y crítico George Steiner, que pasados los 80 ha seguido enseñando en grandes universidades de Europa y de los Estados Unidos. Los ejemplos en el campo de las ciencias, las humanidades y las artes podrían multiplicarse.

Pero solo quiero ilustrar con unos pocos ejemplos que la edad no es por sí sola una variable para obligar a jubilarse a un docente e investigador universitario. Más aún en la universidad ecuatoriana, en la cual no se conocen programas para un relevo de docentes, una disposición así no tiene pies ni cabeza. La vara para medir la permanencia o el retiro de un profesor, independientemente de su edad, debería ser la evaluación docente. Y la de las publicaciones y aportes en su área de conocimiento. Pero la evaluación no se ha aplicado de forma sistemática en el país. La profesionalización del docente e investigador se halla en veremos y la sociedad nacional casi no ofrece incentivos para que los graduados universitarios de más talento y vocación dediquen su vida a la cátedra. Por supuesto, esa profesionalización exige títulos, escalafones y evaluación. Pero con conocimiento de la realidad y no de forma simplista, como la que se revela en el plazo perentorio señalado por la Ley Orgánica de Educación Superior para que los profesores universitarios obtengan un Ph.D. o se retiren sin más a los 70, como cualquier otro burócrata.

* Publicado en Diario Hoy, el lunes 1 de abril del 2013.