Muchas personas de mi generación crecimos con el terror de ir al infierno, pero la vida se ha encargado de mostrarnos que no es tan feo el diablo como lo pintan. Yo por lo menos ya no tengo esperanza de vivir en olor de santidad, incluso perdí la cuenta de los años en que no me he confesado. A veces pienso que es porque ya no peco, pero las innumerables veces que pido disculpas me confirman lo contrario.
Lo cierto es que cuando era chica, este acto me hacía gente importante y vivía arrodillada en todos los confesionarios, de todas las iglesias de Latacunga. Un pecado atroz me perseguía y manchaba mi alma blanca: “Acúsome padre que he peleado con mis hermanas”, confesaba arrepentida. “¿Cuántas veces?”, preguntaba el confesor. Yo inmediatamente sacaba la cuenta 3 hermanas X 5 peleas diarias X 7 días a la semana = 105 peleas. Al oír tamaño número, el curita se ensañaba y me ponía de penitencia rezar 105 avemarías.
Esto me obligó a añadir otro pecado a mi lista, así fue como modifiqué un poco mi confesión a “he peleado con mi hermana Pati”, lo que reducía mi pena a 35 oraciones, pero como tuve que añadir esta mentira, pecado que por cierto confesaba tan avergonzada, que ante la pregunta de ¿cuántas veces? me quedaba callada, la penitencia era aún peor. Lo inteligente habría sido contestar como solía hacerlo la mentirosa de mi prima Sonia: “he mentido 8 veces y con esta 9”.
Si mal no recuerdo los pasos de la confesión eran 5, examen de conciencia, dolor de corazón, confesión de boca, propósito de la enmienda y cumplir la penitencia.
En mi noble alma este proceso era complicado, tenía que buscar y hasta inventar pecados, solo para sentirme importante. Hoy en día me pregunto ¿se confesarán los importantes? Según creo no necesitarían inventar pecados.
¿Se habrán hecho alguna vez examen de conciencia quienes desaparecieron a los hermanos Restrepo? ¿Habrán tenido dolor de corazón los responsables del feriado bancario? ¿Se confesarán los políticos que después de ejercer un cargo público han pasado a “mejor vida”? ¿Hará propósito de la enmienda, recuperará la vergüenza y se mantendrá alejado de la política el coronel? ¿Se arrepentirá el presidente de confiar a ciegas en su gente y poner las manos al fuego por quien no lo merece?
Ojalá los resultados electorales no alejen a nuestras autoridades de la confesión. Gobernar debe ser un acto de humildad, de servicio, de responsabilidad que de ninguna manera está reñido con el examen de conciencia y menos aún con el propósito de la enmienda.
Más allá de la confesión católica y del miedo al infierno, está nuestra responsabilidad con los demás y con nosotros mismos. Está la obligación de ser honestos y de cumplir las leyes, de no mentir y sobre todo de enmendar los errores. Está, por tanto, la obligación de revisar nuestras acciones privadas y públicas para llegar a ser mejores personas y mejores gobernantes.