Pocas veces una foto produce tanto revuelo como el que se desató por la publicación en el diario El País, de España, de una que supuestamente correspondía al presidente Hugo Chávez. Una rápida investigación demostró que se trataba de una foto que estaba en internet desde el año 2008 y que correspondía a otra persona. Es incomprensible que un diario como ese, un referente de lo que debe ser la prensa responsable, haya caído en un error que solamente puede entenderse en los principiantes. No verificar la autenticidad es algo que no tiene justificación en un medio serio. En su aclaración a los lectores, el periódico ha dicho que confió en la información entregada por la agencia de prensa (Gtres Online), que a su vez habría sido burlada por algún desconocido. De cualquier manera, el responsable ante el público es el periódico. Su integridad y su credibilidad se han visto seriamente afectadas.

La pregunta inevitable es por qué un medio con experiencia, trayectoria y prestigio actuó como un novato. Una explicación es la del presidente de la Asamblea Nacional de Venezuela, que sostiene que no hay error y que la publicación de la foto no es algo casual, sino que El País participa en un complot, ya que “los lacayos internos tienen su réplica en el extranjero”. Una segunda explicación es la del propio periódico, que en el fondo reconoce que fue engañado. El ritmo vertiginoso que se vive en las salas de redacción puede sustentar esta posición, pero siempre resultará insuficiente.

Hay una tercera explicación, que toma como punto de partida la visión conspirativa del presidente del órgano legislativo venezolano. Es pertinente preguntarse por las razones que él debe tener para considerar que una foto puede ser parte de un complot. La respuesta está en la manera en que se ha manejado la información sobre la salud del presidente. Desde diciembre, cuando fue sometido a la última operación, la consigna de todos los miembros del gobierno ha sido el secreto absoluto. La información entregada a cuentagotas ha sido siempre imprecisa y sin respaldo (sin informes médicos, sin fotos, sin videos, sin testimonios de otras personas que lo hubieran visto). La sospecha generalizada, incluso dentro del amplio espectro chavista, es que no se trata de información sino de todo lo contrario, de una forma de esconder la realidad. La ausencia en la toma de posesión, la artificiosa interpretación constitucional, la firma de un decreto supuestamente suscrito en Caracas son algunos de los ingredientes de la desconfianza.

En esas condiciones, cualquier rumor que se filtra alcanza un valor enorme como pieza informativa. Si la opacidad es la norma, una sola foto puede marcar un hito. Hay que recordar el impacto que tuvo en la juventud norteamericana la imagen de la niña quemada con napalm. De ahí en adelante fue imposible seguir ocultándoles a los norteamericanos la realidad de una guerra nefasta. Seguramente los editores de El País creyeron que estaban ante un caso similar, se confiaron de su fuente y cometieron un error imperdonable.