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EE.UU.
Mitt Romney es optimista sobre el optimismo. De hecho, es prácticamente todo lo que tiene. Y ese hecho debería hacer que usted sea pesimista sobre las posibilidades de que él lidere una recuperación económica.

Como han notado muchas personas, el “plan económico” de cinco puntos de Romney prácticamente no tiene sustancia. Sugiere con vaguedad que perseguirá los mismos objetivos que los republicanos siempre persiguen –protección al ambiente más débil, impuestos más bajos a los acaudalados–. Sin embargo, no ofrece detalles ni algún indicio de por qué retornar a las políticas de George W. Bush curaría una depresión que comenzó en el turno de Bush.

No obstante, en su reunión con donadores en Boca Ratón, Florida, Romney reveló su verdadero plan, el cual es confiar en la magia. “Mi propio punto de vista es”, declaró, “si ganamos el 6 de noviembre, habrá una gran cantidad de optimismo sobre el futuro de este país. Veremos regresar al capital, y veremos –sin realmente hacer nada–, ciertamente tendremos un estímulo en la economía”.

¿Se sienten más tranquilos?

Para ser justos con Romney, su afirmación de que al elegirlo se encenderá espontáneamente el auge económico concuerda con el dogma económico actual de su partido. Los dirigentes republicanos han insistido de tiempo atrás que lo principal que detiene a la economía es “la incertidumbre” creada por las declaraciones del presidente Barack Obama; en términos generales, que la gente de negocios no está invirtiendo porque los ofendió Obama. Si se cree eso, tiene sentido argumentar que cambiar de presidente, por sí solo, causaría la reactivación económica.

No obstante, no hay evidencia que sustente ese dogma. Nuestra prolongada debilidad económica no es un misterio, es lo que sucede normalmente después de una gran crisis financiera. Más aún, la inversión en los negocios, de hecho, se ha recuperado con bastante fuerza desde que terminó la recesión oficial. Lo que nos detiene es, principalmente, la debilidad ininterrumpida de la vivienda, combinada con una vasta saliente de deuda doméstica, el legado de la burbuja de la vivienda de la época de Bush.

Por cierto, al decir que nuestra prolongada depresión era predecible, no estoy diciendo que fuera necesaria. Pudimos y debimos haber reducido enormemente el dolor, combinando políticas fiscales y monetarias agresivas con auxilio efectivo para los casatenientes altamente endeudados; el hecho de que no lo hicimos refleja una combinación de timidez por parte tanto del gobierno de Obama como de la Reserva Federal, así como de la oposición de tierras quemadas del Partido Republicano.

Sin embargo, Romney, como dije, no proporciona nada sustantivo para combatir la depresión, solo una repetición de los lemas de siempre. Y ha denunciado el esfuerzo tardío de la Reserva para estar a la altura de las circunstancias.

De vuelta a lo del optimismo: es cierto que algunos estudios indican que la incertidumbre tiene un papel secundario en deprimir a la economía –y los conservadores los han aprovechado, reclamando su reivindicación–. Sin embargo, si realmente se analizan las mediciones de la incertidumbre involucrada, han estado motivadas no por el temor a Obama, sino por acontecimientos como la crisis del euro y el estancamiento en el techo de la deuda. (Está bien, supongo que se pudiera argumentar que al elegir a Romney se podría alentar a los negocios prometiéndoles el fin del sabotaje económico republicano.)

También se debería saber que los esfuerzos para basar la política en especulaciones sobre psicología empresarial tienen antecedentes, y no son nada buenos.

Allá en el 2010, mientras los países europeos empezaban a implementar salvajes programas de austeridad para aplacar a los mercados de bonos, era común que los formuladores de políticas negaran que dichos programas tendrían un efecto depresor. “La idea de que las medidas de austeridad pudieran disparar el estancamiento es incorrecta”, insistió Jean Claude Trichet, entonces gobernador del Banco Central Europeo. ¿Por qué? Porque estas medidas “incrementarían la confianza de los hogares, las firmas y los inversionistas”.

En ese momento, ridiculicé tales afirmaciones equiparándolas con la creencia en “el hada de la confianza”. Y, como era de esperar, los programas de austeridad llevaron realmente a crisis económicas a nivel de depresión en gran parte de Europa.

No obstante, aquí, llega Mitt Romney, y, en efecto, declara: “¡Yo soy el hada de la confianza!”.

¿Lo es? Da la casualidad de que Romney hizo una proposición comprobable en sus observaciones de Boca: “Si parece que voy a ganar, los mercados estarán felices. Si parece que el presidente va a ganar, los mercados no deberían estar contentísimos”. ¿Cómo está eso? No muy bien. En el último mes, la creencia popular ha cambiado desde el punto de vista de que las elecciones podrían ir en cualquier sentido al de que es muy probable que pierda Romney; y, con todo, los mercados han subido, no han bajado, y los principales índices accionarios han alcanzado sus niveles más altos desde el inicio de la crisis económica.

Todo es algo triste. No obstante, la verdad es que todo encaja a punto. Toda la campaña de Romney se ha basado en la premisa de que puede convertirse en presidente simplemente por no ser Barack Obama. ¿Por qué no habría de creer que puede arreglar la economía en la misma forma?

Sin embargo, ¿tendrá la oportunidad de poner a prueba esa teoría? Por el momento, no soy optimista.

© 2012 New York Times News Service.