Desde hace un par de años, quisiera pensar que lo he sentido desde el fatídico septiembre que festejarán unos mientras lloran otros en pocos días, escucho a personas hablar más quedo. Miro a otros desviar la mirada, cuando no salir de los grupos o conversaciones que critican a quienes están arriba… así vagamente digo arriba porque pueden ser jefes, compañeros de partido, agentes de gobierno, en fin, esos “otros” que tienen algo más de poder desde hace unos años. Hay miedo, más miedo que antes.
“Recurrir al miedo por los sistemas de poder para disciplinar a la población ha dejado un largo y terrible camino de sangre y sufrimiento que ignoramos a nuestro propio riesgo”. Así empieza el artículo ‘La manipulación del Miedo’ escrito por Noam Chomsky en 2005. El lingüista anarquista más respetado del siglo, diríamos de la izquierda liberal, describe en su escrito la complicidad de los más “civilizados” intelectuales y científicos para justificar abominables actos de destrucción desde los inicios de la constitución de la nación estadounidense hasta el siglo pasado. En su ensayo cita al historiador Weeks describiendo los pilares de la construcción retórica del miedo en Estados Unidos. Procedo a cambiar el poder foráneo por el local con la tristeza de las semejanzas que encuentro: la asunción de que existe una virtud única y propia, la afirmación de que su misión es redimir al Ecuador solo a partir de la expansión de SU moral e ideales, el mantenerse obediente al partido o gobierno; por último, dice Weeks que el destino de la nación está ordenado divinamente. Así de primitivamente se forma esta binaria manera de construir la política alrededor del miedo: estás con el “Bien”, eres honesto como ellos; o eres del bando del “Mal”, el que dice tiene traidores, coloraditas, miserables, mediocres y demás adjetivos poco ingeniosos, pero siempre denigrantes.
El miedo encuentra en la impunidad su caldo de cultivo, por eso las amenazas recrudecen. Y se ve el miedo que siente una periodista, que la obliga a suspender su actividad de vida, no por lo que le pueda pasar a ella sino por aquello que la cobardía de sus amenazantes insinúan pueden hacer a los que ella quiere. O el miedo que debió sentir una niña tantos días mientras su director de escuela, embebido de todos los poderes que ostenta, la llevaba de la mano a cruzar una avenida para encerrarla en un cuarto del motel que se ubica frente a su escuela. Allá donde todo el mundo lo ve y sabe que no debería estar, pero que el poder ha dado espacio para delinquir sin temor a ser castigado. Porque el poder da suficiente fuerza para hacer en frente de tantos todo lo inimaginable, mientras el miedo mantiene calladas a la niña y quién sabe a cuántas más compañeras que también sufren.
El miedo y el poder que lo cultiva, al igual que el agua, se escurren eventualmente entre los dedos del tiempo. Y cada vez “los molestos somos más”, como dijeron los tuiteros esta semana. Es que aumenta la inconformidad entre quienes creyeron a la propaganda hasta llegar a la escuela de mil falencias, al lindo hospital sin médicos como tantas veces antes pasó, al maltrato. Y somos más los que molestamos porque estorbamos y nos rebelamos ante el cuento que cada vez se vende con más dificultad. Desde las alturas de la mesa sabatina donde grita incansable, pero más irascible el pastor.