Norma Jeane Mortenson es el nombre de aquella mujer que, a pesar de los nubarrones familiares que la cubrieron desde pequeña, logró brillar y seducir al Hollywood de la década del cuarenta. Pero la industria del cine y la gente se referían a ella como Marilyn Monroe.

Esa doble M engloba a la rubia despampanante, a la diva que gustaba de la literatura, a la modelo, a la sex symbol, a la habitante de un mundo de lujos y sueños que no logró hallar la paz que siempre buscó. Como aseguró el fotógrafo que la conoció Lawrence Schiller. “Era una persona profundamente solitaria al final de su vida”, a sus escasos 36 años. Marilyn es un ícono que aún 50 años después de su muerte reafirma el axioma: es inmortal.

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La publicista Gilda Valle la describe a su manera: “Es parte de la cultura popular, sinónimo de buen gusto, de admiración y el máximo ícono de moda. La vemos en el último comercial de Dior o en los avisos ganadores de Cannes. Marilyn sigue siendo una musa inspiradora”.

Muchos artistas se han dejado seducir por esta estrella, que pensaba que toda mujer que buscara la igualdad con el hombre carecía de ambición. Entre otros, Elton John le compuso la melodía Candle in the wind, Lady Gaga le rindió un pequeño homenaje en Twitter el día en que la diva hubiese cumplido 86 años (el 1 de junio pasado).

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En La comezón del séptimo año, uno de los filmes icónicos de Marilyn, ella encarna el objeto puro del deseo masculino, pero envuelto en un halo de inocencia e ingenuidad, dice el crítico de cine Christian León. “Como en ninguna otra película, en esta Marilyn encarna el prototipo de la hembra infante”.

La escritora guayaquileña Solange Rodríguez se une a ese grupo que se enredó en las telarañas seductoras de Monroe. La autora creó, en honor de la actriz, el cuento Norma mira las estrellas. Para Rodríguez, la imagen de la mujer a favor de los derechos civiles y ganadora de dos Globos de Oro fue y sigue siendo extorsionada. “Supongamos que fue un suicidio (la presunta causa de la muerte de la actriz). Lo que quiere esa persona es silencio, luego de la muerte de ella sigue habiendo bulla, siguen vendiendo esas pequeñas partículas de Marilyn”.

A diferencia de Rodríguez, para la biógrafa de Monroe Lois Banner, fue la actriz quien se creó su imagen, según dijo en una entrevista reciente. Por su parte, Valle comenta: “No me imagino a una Marilyn posada, a ella le gustaba jugar y divertirse, las cámaras la amaban y la gente también”.

Muchos de los ‘pedacitos’ de la estrella quien, finalmente, logró trabajar junto con su amor platónico de juventud Clark Gable, en la película The misfits (Vidas rebeldes), continúan siendo adquiridos a precios exorbitantes. Uno de sus artículos subastados, el vestido que ella usó en Río sin retorno, fue vendido el año pasado por 516.000 dólares en Macao, China.

Marilyn es el ideal de belleza de gran parte del género femenino: sus carnosos labios, su lunar en la mejilla izquierda, su cuerpo de reloj de arena que no sucumbe al paso del tiempo, su coquetería, su belleza que no disminuía ni un ápice a pesar del sutil estrabismo de su ojo derecho. No solo dejó las huellas de sus manos en el cemento del Grauman’s Chinese Theater de Los Ángeles, sino en la moda que hasta hoy es imitada por mujeres que usan trajes similares o maquillaje oneroso.

León expone que Marilyn tuvo muchos trabajos corrientes y un par de papeles notables en Clash by night o Some like it hot. La diva sintetiza muchas de las contradicciones y dualidades propias del cine. “En su imagen conviven pobreza y opulencia, ingenuidad y artificio, autenticidad y mercadeo”, manifiesta..

Es la dream brand (una marca de ensueño), acota Valle, y es, además, la primera actriz en rebelarse contra el estereotipo de ‘rubia tonta’. Un distorsionado apelativo que muchos se lo reafirmaron aún más con la actuación de la chica de Los Ángeles en Los caballeros las prefieren rubias, película en la que interpretó a la ambiciosa Lorelei Lee. Detrás de ese telón de estrella había una faceta poco conocida –o menospreciada–, un aspecto suyo que resultaría incongruente con la parafernalia de la gran pantalla: su afición por leer y escribir, la cual compartió con su tercer esposo, el guionista Arthur Miller.

Rodríguez ha leído extractos de la poesía de la rubia, originalmente castaña. “Una poesía siempre autorreflexiva. Siempre se discute mucho lo que tiene que ver con su personalidad, con las cosas que ella estaba sintiendo, y casi todos los cuestionamientos que ella se hace son sobre su identidad: como ser humano y como estrella de Hollywood”.

La muerte de la celebridad sigue causando polémica. Aunque la conclusión de la autopsia fue un suicidio debido a una ingesta de barbitúricos, otras hipótesis han surgido, pero sin las suficientes bases para cambiar la historia. Se habla de un asesinato por parte del gobierno de EE.UU. de los años 60, liderado por John F. Kennedy (de quien, supuestamente, Monroe conocía secretos) o de una sobredosis accidental.

En la última década, la academia ha visto con buenos ojos las grandes transformaciones físicas de las intérpretes. Dos casos fueron el de Nicole Kidman, cuando consiguió una nominación al Óscar por su rol de Virginia Woolf en The hours, o Charlize Theron, quien ganó ese máximo premio al encarnar a una prostituta asesina en Monster. Lo mismo no hubiese pasado con Marilyn, si se hubiera dado el caso, opina el crítico de cine. “Es un estereotipo que se ajusta perfectamente a las necesidades de la industria y que no existiría al margen de sus necesidades”.

Cuestionada y venerada, Marilyn se mantiene con vida en el celuloide (apenas el año pasado se estrenó My week with Marilyn, protagonizada por Michelle Williams); en sus seguidores, en el arte, en los diálogos sobre cine retro que surgen en un café o en el recuerdo de una persona de 86 años, la edad que hoy tendría Monroe. El tiempo no infiere en los seres que, como ella, son eternos.

Curiosidades
La reconocida cantante Ella Fitzgerald dijo que gracias a Marilyn pudo actuar en el Mocambo, un club nocturno muy popular en West Hollywood, California, en los años 50. Un hecho clave en la carrera de Fitzgerald.

Monroe aseguró que quería hacerse mayor sin la necesidad de hacerse un lifting (procedimiento para reparar la piel de la cara y cuello).