Jorge Martillo Monserrate
jotamartillo@yahoo.es.- ¿Cómo era el Grupo de Guayaquil por dentro?, siempre me he preguntado. Me inquietaba saber cómo había vivido el arte y la literatura. En 1985, cuando fui enganchado por el periodismo, tuve oportunidad de plantearles mi curiosidad a artistas y escritores que compartieron esa época junto a Aguilera Malta (1909-1982), José de la Cuadra (1903-1941), Joaquín Gallegos Lara (1909-1947), Enrique Gil Gilbert (1912-1973) y Alfredo Pareja Diezcanseco (1908-1993).

Hoy desempolvo mis archivos para intentar que esas antiguas conversaciones iluminen a esos escritores de la Edad de Oro de nuestra literatura. "Nuestros clásicos son los escritores del Grupo de Guayaquil -consideró el estudioso Humberto E. Robles, en 1997-. El país necesita crear ese sentido de nación, crear ese imaginario social que ya no puede ser enfocado como europeo, tampoco ser tergiversado. Esa literatura es fundante porque está tratando de una manera de ser ecuatoriano. Creo que ahí está la importancia de los escritores del Grupo de Guayaquil".

En 1993, cuando entrevisté al esmeraldeño Adalberto Ortiz (1914-2003), a más de dialogar sobre su obra literaria -cuento, novela y poesía- y su pintura, también conversamos sobre su vinculación con el Grupo de Guayaquil -en esa época también se integraron el escritor Pedro Jorge Vera y el escultor Alfredo Palacio.

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Ortiz llegó a Guayaquil en 1939, con los originales de Tierra, son y tambor -publicado en 1945 con prólogo de Joaquín Gallegos e ilustraciones de Galo Galecio-. Primero entabló amistad con Joaquín Gallegos Lara, quien le presentó a Demetrio Aguilera Malta y Enrique Gil Gilbert. A ellos les llamó la atención que escribiera poesía negrista porque nadie la escribía en el país. En esa época el esmeraldeño se integró al grupo que se reunía los miércoles en casa de Enrique Gil Gilbert. Asistían escritores y pintores, como Galo Galecio, Alfredo Palacio, etc.

En 1942, cuando la Editorial Farrar and Rinehart, de New York, convocó al premio de la mejor novela hispanoamericana, por Ecuador participaron: Gallegos Lara, con Las cruces sobre el agua; Demetrio Aguilera Malta, con La isla virgen; y con Juyungo, Ortiz, quien me comentó: "Recuerdo que escribíamos a toda velocidad porque el tiempo se nos venía corto, y con Gallegos Lara nos intercambiábamos los originales para comentarlos. No obtuvimos ningún premio, pero nuestras novelas han tenido más resonancia que las premiadas".

A mi inquietud de cómo era el Grupo de Guayaquil por dentro, Ortiz contó: "El ambiente, el trato era muy lindo, porque entre nosotros no existía envidia. Nos reuníamos en una especie de mesa redonda y discutíamos los textos. Leíamos lo que habíamos escrito y nos daban palo o lo aprobaban. Aceptábamos las críticas, eso nos servía para superarnos, porque era un hermano que nos hacía una observación".

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Les cuento que los cuadros de Adalberto Ortiz eran naif. Él siempre asistía a los eventos de la Casa de la Cultura con su sonrisa, guayabera blanca y amena conversación. Pero si aparecía una rubia hermosa, abandonaba la tertulia e iba tras ella.

Otro vinculado al Grupo de Guayaquil fue el narrador lojano Ángel F. Rojas (1909-2003), quien llegó en 1935. Sobre esa experiencia conversamos en 1991. Recordó que recién se había graduado de abogado y que José de la Cuadra lo acogió en su estudio jurídico. Gran parte de los clientes del guayaquileño eran campesinos y hacendados; su conocimiento del montubio era de primera mano.

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Rojas con Demetrio Aguilera Malta tuvo una amistad cordial. De Alfredo Pareja contaba que era el más acaudalado de los escritores, trabajaba todo el día en su compañía, por las noches se reunía con ellos y aun así se alcanzaba para escribir.

Recuerdo que la entrevista con Rojas fue en su estudio del edificio Plaza; ahí, con su hablar pausado, mencionó ciertas discrepancias políticas: "Joaquín Gallegos Lara es una figura de gran relieve. Como él era comunista y yo socialista, no nos entendíamos muy íntimamente. Él era agresivo y fanático, yo no era ni agresivo ni fanático, pero sí defendía mi punto de vista del socialismo, que ahora todavía profeso. Estábamos en una amigable pugna que me impidió entrar en lo que era Joaquín para otros, no nos entendíamos tan a fondo como con Enrique Gil, que también era comunista, pero nunca se lo tomamos en serio hasta ver que lo llevó al sacrificio. Él formaba parte de una familia que tenía una fortuna considerable y Enrique se dedicó por entero al partido, se arruinó económicamente, se sacrificó por el partido y sacrificó algo que valía inmensamente: su capacidad literaria".

Al escultor lojano Alfredo Palacio Moreno (1912-1998), creador del monumento a Eloy Alfaro, lo entrevisté un año antes de su muerte. Él se consideraba hermano de esos escritores que lo incorporaron al grupo: "Era gente estupenda. Yo no creo en los artistas, yo creo en las actitudes, lo que han hecho. Ellos eran gente maravillosa".

Palacio profesaba una gran admiración hacia José de la Cuadra: "Le cuento que en su estudio Pepe tenía un escritorio y en un cajón de ese mueble él guardaba todos los cuentos que iba escribiendo. Los guardaba ahí por algún tiempo, decía 'para que cojan mosto', porque el buen vino con el tiempo tiene que coger mosto".

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Así eran los escritores del Grupo de Guayaquil. "Éramos cinco, como un puño", dijo en febrero de 1941 Enrique Gil Gilbert ante el cadáver de su compañero José de la Cuadra. Aunque fueron mucho más. Toda una literatura nuestra.