AFP-AP
VIENA.- Una figura legendaria de las tradicionales cafés vieneses, Leopold Hawelka, falleció este jueves a la edad de 100 años después de dirigir 72 años el Café Hawelka, una especie de "apartamento y lugar de trabajo" para la intelligentsia (intelectualidad) de la capital austríaca, anunció su hija, Herta, por la noche.
La hija de Hawelka, Herta, dijo que murió mientras dormía y "sin dolor", el jueves a los 100 años, dejando un legado tan íntimamente ligado a la ciudad como sus palacios o sus colecciones de arte impresionantes.
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Situado en pleno centro de la Viena histórica, a unos metros de la gran calle peatonal de Graben, el 'Café Hawelka' fue fundado en 1939 por Leopold Hawelka y su esposa Josefine, fallecida en el 2005, en las horas negras posteriores a la anexión (Anschluss) de Austria por la Alemania nazi.
Después de la guerra, el 'Café Hawelka' fue lugar de cita para la intelligentsia vienesa, del escritor Heimito von Doderer al cabaretista Helmut Qualtinger, pasando por el actor Oskar Werner y el pintor del "realismo fantástico" Friedensreich Hundertwasser.
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Andy Warhol pasó alguna vez por una taza de su café, igual que las princesas, los pobres, los dramaturgos, los poetas y miles de clientes anónimos cuya visita a Viena era inimaginable sin una taza caliente servida por ese pequeño hombre con una sonrisa eterna.
Legendarios también los pasteles calientes rellenos de crema de vainilla (Buchteln) servidos solamente después de las diez de la noche y confeccionados con amor por Josefine Hawelka hasta su muerte.
Hijo de un zapatero, Hawelka abrió la cafetería en 1938, pero tuvo que cerrarla un año después cuando lo reclutó el ejército de Hitler. Sobrevivió al letal frente soviético y reabrió el negocio en 1945, para recibir a una clientela hambrienta y fría.
En esta ciudad con más de 1.900 cafeterías, Leopold Hawelka era un icono, casi tanto como el 'Café Hawelka' y sus mesas, marcadas por cigarros, con sus tapas desgastadas por los codos de cuatro generaciones. Le servía a los turistas, a los ricos, a los famosos y a los más necesitados: las masas de vieneses empobrecidos que atiborraban su establecimiento para escapar del frío de la ciudad bombardeada tras la Segunda Guerra Mundial.
En esa época la penuria era tal que los Hawelka tenían que contrabandear cigarros en esos días, mientras que recordaban que con los títulos y las posesiones perdidas, el príncipe de Liechtenstein y otros miembros de la realeza austriaca daban audiencia en el Café Hawelka y vendían todo lo que habían podido ocultar, alfombras, pinturas y lo que los nazis y los soviéticos no se llevaron.
El 'Café Hawelka' nunca fue lujoso. Mientras que las reconstrucciones costosas hacen que otros cafés pierdan su encanto, el Hawelka se volvía cada vez más bonito con cada capa de pátina que se le puso durante más de 70 años de existencia humilde en los que tuvo pocos cambios desde los días de la posguerra.
En los últimos años, en un decorado inmutable con las paredes amarillentas y ennegrecidas por el humo de cigarrillos y habanos, los turistas habían ido suplantando a artistas e intelectuales de antaño.