El título de hoy es muy guayaco.

Usamos mucho esta frase para expresar una acción ajena que nos hace sentir avergonzados, como si fuéramos nosotros los autores.

Créame, amigo lector, que nunca he repetido tanto esta frase como en los últimos tres años. La desvergüenza con la que se hacen y dicen ciertas cosas en este país, por parte de algunos funcionarios públicos, me hace sentir como si los avergonzados debiéramos ser nosotros, por haberlos elegido.

Me sigo sorprendiendo, aunque tal vez ya no debería, de la forma irresponsable como desde los diferentes cargos del Estado, se hacen declaraciones impertinentes y hasta groseras, sin reparar en las consecuencias de las mismas. Se supone que quien ostenta un cargo público representa al pueblo, por ende, sus declaraciones deberían ser lo menos provocativas posibles para evitar posibles conflictos con los actores del país y el extranjero.

Pero por ahí va el canciller insultando a todos los mandatarios de la región que no comparten la visión de nuestro presi; la ministra de obras públicas maltratando a los que dudan de la ejecución de las obras; algún gobernador tildando de no sé cuántas cosas a los dueños de casinos; los unos, los otros y los aquellos usando palabras y frases que más bien se pronuncian en reuniones sociales de mucha confianza, pero no en un discurso oficial, en el que se debe guardar la elegancia y la compostura.

El lenguaje empleado por algunos dignatarios ha llegado a niveles tan coloquiales que escuchar lo que se dice en actos públicos, suena más bien a conversación de amigos de esquina, que a informe a la nación. Dan ganas de taparse los oídos para no tener que admitir que nuestros representantes nos avergüenzan en público, cada vez que deciden improvisar o ser simpáticos.

Una vez más, la intolerancia y la falta de respeto se hacen presentes en los pronunciamientos, como un fantasma difícil de erradicar. ¿Sería mucho pedir que se revisen los discursos para asegurarnos de que se empleen términos respetuosos y formales dignos de la majestad del cargo? ¿O seguiremos condenados a tener que envidiar a Cantinflas?

Claro, mis amigos, que estamos analizando lo que se dice, pues en el plano de lo que se hace, habría que mencionar la ingesta de cheques, los dueños del circo, las grabaciones clandestinas, los camisetazos y demás episodios, que están más allá de cualquier comentario, pues ya es tanta la vergüenza que ni vale la pena recordarlos. Nos hemos acostumbrado tanto a ser burla ajena, que no se nos mueve un músculo ni se nos enrojecen las mejillas.

Hago un llamado a la cordura, al respeto y a la vergüenza propia. Pido frontalmente que nuestros funcionarios y representantes sean supervisados para que luego no tengamos que andarnos desmintiendo y desautorizando unos con otros, por lo que se dijo a título personal o a título del estado ecuatoriano.

Por favor, dígame usted si los ecuatorianos nos merecemos sentir vergüenza ajena cada vez que prendemos el televisor o escuchamos declaraciones en la radio. ¿Para eso escogimos dignatarios? ¿Para sentir vergüenza ajena?