JORGE MARTILLO MONSERRATE
jotamartillo@yahoo.es.- El olvido es muerte. Pero nadie muere si es recordado. Es el caso del guayaquileño Joaquín Gallegos Lara quien nació el 9 de abril de 1909 y es recordado por su vida y obra. Especialmente por Las cruces sobre el agua en memoria de los masacrados el 15 de noviembre de 1922, considerada la gran novela de Guayaquil.

Gallegos Lara nació con una deformación en sus extremidades inferiores que le impedían caminar. Fue autodidacta. En 1930, junto a Demetrio Aguilera Malta y Enrique Gil Gilbert, publicó la obra Los que se van. Al año siguiente empezó a militar en el Partido Comunista del Ecuador.

En 1932 era inspector municipal y en un camión acarreaba cascajo de las canteras. Al año siguiente se casó con Nela Martínez y se instaló en Quito en 1935. Ahí conoció a Juan Falcón, quien sería el encargado de trasladarlo sobre sus hombros.

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En 1940 empezó a escribir el libro Las cruces sobre el agua, culminándola al año siguiente pero la publica en 1946. Pocos meses después enfermó. Su tío, el doctor Julián Lara Calderón, quiso llevarlo a Estados Unidos, pero le negaron la visa. En Lima fue desahuciado y murió en Guayaquil el 16 de noviembre de 1947.

Joaco lo llamaban sus camaradas de militancia artística y política. Hoy, 64 años después, está vivo en los testimonios de sus amigos:

Novelando con Joaco. En 1992 entrevisté a Adalberto Ortiz (Esmeraldas, 1914-Guayaquil, 2003), quien en 1939 al llegar a Guayaquil conoció a Joaquín Gallegos, este le presentó a Demetrio Aguilera Malta y Enrique Gil Gilbert, integrantes del Grupo de Guayaquil.

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"Entonces me incorporé al Grupo. Y más que nada, reconozco que fui un alumno muy particular de Joaquín Gallegos Lara -confesó Ortiz-. Él era un sabio. Especialmente en literatura clásica y moderna era extraordinario; yo no he conocido a una persona de tanto talento, de tanta versatilidad como él", manifestó Ortiz.

Además recordó que en 1942, cuando se convocó el premio de la mejor novela hispanoamericana, participaron por Ecuador Joaquín Gallegos con Las cruces sobre el agua; Demetrio Aguilera con La isla virgen y Adalberto Ortiz con Juyungo.

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"Recuerdo que escribíamos a toda velocidad porque el tiempo se nos venía corto, y con Gallegos nos intercambiábamos los originales para comentarlos. No obtuvimos ningún premio, pero nuestras novelas han tenido más resonancia en la historia literaria que las premiadas. Eso modestia aparte", expresó Ortiz.

Un colegial ante el escritor. En 1985, el historiador Elías Muñoz Vicuña (Yaguachi, 1922-Guayaquil, 1997) escribió en la Revista de la Universidad de Guayaquil que conoció a Joaquín Gallegos en 1941 cuando era estudiante del Vicente Rocafuerte y alumno de Demetrio Aguilera Malta. "Gallegos Lara era impresionante -testimonia Elías Muñoz-, como lo han reconocido todos los que lo trataron.

Su cabeza, su tronco, sus brazos, su vitalidad y movilidad eran asombrosas; nadie se impresionaba de sus piernas baldadas, se impresionaban de su espíritu y vitalidad. Alguien ha dicho sinceramente de algún instante de depresión de Joaquín. Yo no lo vi. Además, nadie pasaba a verlo sin anunciarse y sin que lo consienta. Y seguramente, permitía visitas cuando se sentía con ánimos".

Días alegres con Joaquín. Me cuenta el muralista de 86 años Jorge Swett Palomeque, quien lo frecuentó: "Joaquín era un poco mayor que nosotros, pero tenía el espíritu juvenil; en realidad era un muchacho de risotadas estrepitosas. Él se reía a pesar de su tragedia; no era un hombre amargado, era alegre, positivo y eso nos transmitió. Literatura aparte era un excelente pensador, un político, era un estupendo teórico".

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Lo define como un hombre apasionado, humanitario y que se llevaba bien con todo el mundo.

Joaquín en su hamaca de mocora. Años atrás Rafael Díaz Ycaza, escritor guayaquileño nacido en 1925, durante una entrevista recordó: "Por su pequeño departamento de las calles Manabí y Eloy Alfaro pasaban diariamente decenas de personas que anhelaban contarle sus problemas y escuchar sus consejos. Trepado sobre su hamaca de mocora, Joaquín tenía respuestas sabias para todos. Para el naciente escritor y para el dirigente sindical. Para la maestra de escuela y para el pintor".

A Díaz le es difícil rememorar a Joaquín Gallegos sin nombrar a Juan Falcón. "Era imposible separar a Joaquín de Falcón. De ese ser extraño, simple y elemental al mismo tiempo. Él desde muy joven prefirió ser el caballo y las piernas de Joaquín antes que hacer su vida normal, común y corriente. Había una especie de simbiosis entre el escritor, el intelectual, el luchador político y ese hombre humilde que por admiración a Joaquín era a su manera el potro".

Las piernas de un escritor. Juan Alberto Falcón Sandoval durante 12 años fue quien lo cargó en sus hombros, "decían que yo era las piernas de Joaquín Gallegos Lara", escribe en su testimonio Vida del gran escritor nacional Joaquín Gallegos Lara, publicado en 1990 en la Revista de la Universidad de Guayaquil.

Falcón nació en Aláquez, Cotopaxi, en 1912. A partir de 1935 se ganó la vida cargando al escritor. Cuenta que en Quito se lo propusieron y no le agradó la idea, pero después aceptó. Tenía 23 años, medía 1,52 centímetros, pero era robusto.

Recuerda que cuando llegaron a Guayaquil, al inicio era difícil porque no conocía la ciudad y él debía trasladarlo a reuniones y eventos políticos donde Gallegos pronunciaba fogosos discursos que eran premiados por aplausos y vivas.

Cuenta que a Joaquín le encantaban los helados y pasteles de La Palma, también beber cerveza y vino. "Eso no me daba a mí porque tenía miedo que yo me ajume" y él era el encargado de trasladarlo.

Señala que Gallegos escribía en papel periódico con lápices de punta afilada -incluso Las cruces sobre el agua¬ sentado en la hamaca y bebiendo café negro sin azúcar. Cuando no tenía empleo fijo, daba clases de inglés y francés a estudiantes.

Cuenta Falcón que Joaquín no asistió a su matrimonio porque curiosamente no tenía quién lo traslade en hombros. Pondera la inteligencia del escritor con rústica inocencia: "Ese cerebro debía de haber sido examinado, pues tenía una inteligencia admirable, lo único que le falta eran las piernas". En el 2005, Juan Falcón, las piernas de Joaquín Gallegos caminaron hacia la muerte.

Joaquín Gallegos Lara murió hace 64 años, pero está vivo en la memoria y en cada grieta de Guayaquil.