A propósito de la renovación del Gabinete ministerial, me acordé de una historia ocurrida hace algunos años en un país de Europa Oriental que hacía referencia a un reconocido director de una orquesta sinfónica quien, con el paso del tiempo, empezaría a aplicar una fórmula ciertamente extravagante para el género al exigir que sus músicos empiecen a rotar de instrumentos, de forma tal que un mismo intérprete se vea obligado a tocar flauta, violín, trombón, piano, etcétera, dependiendo del gusto del director de la orquesta.
Las críticas fueron diversas, existiendo voces a favor de esta clase de rotación musical, ya que se decía que de esa manera los músicos aprendían a tocar un poco de todos, sin embargo la mayoría aseguraba que a la postre, la exigencia del director desvirtuaba la calidad musical de la orquesta. Algunos inclusive insinuaron que de acuerdo a cierta tradición de los directores de orquestas sinfónicas, lo que se daba en el caso de la rotación era un simple capricho, toda vez que resultaba virtualmente imposible que los músicos lleguen a tocar tantos instrumentos con la misma maestría y eficiencia, comentario que por supuesto le importó un comino al director en mención, quien aseguró que las críticas provenían de quienes estaban aferrados a un pasado mediocre musical.
Otros, en cambio, argumentaban que la disposición del director para la rotación de sus músicos era más bien una cuestión de fidelidad, pues conociendo plenamente las virtudes y defectos de los integrantes de su orquesta, sabía dónde colocarlos de acuerdo a la partitura que necesitaban interpretar, por lo que adicionalmente llegó a ser una costumbre que el director ignore la contratación de otros músicos talentosos, por más recomendaciones que haya recibido de la respetable audiencia, la cual en diversas ocasiones empezó a demostrar su disconformidad no solo ante la falta de armonía musical, sino también ante el caso, un tanto sugestivo, del arpista quien había rotado cerca de 18 instrumentos en muy corto lapso.
Finalmente, no se renovó el contrato del aclamado director, el cual no llegó a entender la situación dado al alto grado de autoestima que se tenía. Se comenta que la gota que derramó el vaso fue cuando se conoció que lo que realmente movía la rotación impuesta por el director era su incomprensible celo respecto de cualquier músico emergente, posibilidad que lo abrumaba y que lo llevó a imponer la rotación. Lo más triste es que los integrantes de la orquesta terminaron tan confundidos y criticados, que los pocos que se animaron a seguir tocando lo hicieron en una orquesta de cabaret. Al menos en ese lugar, llegaron a tocar el instrumento que realmente les correspondía.
Resultaba virtualmente imposible que los músicos lleguen a tocar tantos instrumentos con la misma maestría y eficiencia.