Hay un segundo horror, un horror derivado, en la matanza perpetrada por Anders Behring Breivik en Noruega. No solo las muertes por la bomba en el centro de Oslo y la matanza a tiros de decenas de jóvenes en la isla de Utoya, sino lo que coronaba estas acciones según el mismo Breivik: la difusión de su manifiesto en soporte digital, titulado ‘2083: una declaración de independencia europea’. El documento revela el proceso meticuloso de un individuo que dedicó tres años a escribir las 1.500 páginas de su manifiesto, en un inglés del que su autor dice que debe tenerse en cuenta que es su segunda lengua y que está escrito con carencias expresivas, pero que sacrifica esas inexactitudes en provecho de su seguridad para no tener que recurrir a un editor. Este aspecto de su difusión está en la entrada misma al manifiesto, donde Breivik da soluciones informáticas para que pueda ser legible en distintos soportes.

Empecé a leer el manifiesto y me sorprendió la alusiva simplificación de Breivik señalando a autores como Lukacs, Gramsci, Reich, Marcuse, Fromm o Adorno, en una especie de genealogía marxista del multiculturalismo, hasta que poco después descubrí, como con esos alumnos de trabajos plagiados, extrañamente escritos con lucidez inesperada, y que creen que nadie coteja internet, que gran parte de su resumen filosófico de las primeras cuarenta páginas del manifiesto es un plagio de textos de un militar conservador norteamericano, William S. Lind, a quien solo menciona una vez mil cuatrocientas páginas después y sin devolverle su crédito. Dejo a otros que sigan rastreando este delirante manifiesto, del que ya han detectado plagios de Unabomber, y que conviene estudiar para ver el delirio individualista de alguien que hace un batiburrillo seudofilosófico para interpretar como le viene en gana la evolución de Occidente. Algo de chocante hay en que Breivik hable de la Escuela de Frankfurt con la simpleza de un estilo que no está a la altura de su tema.

Breivik dedica unas líneas, esta vez con cita de Martin Kramer, sobre el caso del novelista Salman Rushdie, en el sentido de que era una ironía que Rushdie, “un león literario poscolonial y con impecables credenciales de izquierda”, haya sido considerado por su novela Los versos satánicos “la personificación de la hostilidad orientalista hacia el islam”. Por supuesto, la novela de Rushdie para nada es eso, simplemente no fue leída, y si se la leyó, no se entendió su condición de novela. Hay una diferencia fundamental entre esta consideración de la novela de Rushdie y el manifiesto 2083. Rushdie no emite juicios sino que expone a sus personajes en situaciones que también muestran las maravillas de la cultura islámica, pero hay que leerlo para darse cuenta de ese equilibrio irónico y del error de quienes –incluidos occidentales– atribuyeron insultos a los musulmanes. En 2083 no ocurre nada de esto: son mil quinientas páginas que dejé de leer, harto de tanto juicio sin matiz, y que apenas revela el delirio escrupuloso de un asesino con ínfulas mesiánicas y, de paso, a un plagiario aburrido. No es necesario leerlo. A Rushdie sí. Está mucho mejor escrito y es original.