Cada vez es más común compartir el rol paterno con las exigencias que nuestra sociedad impone y muchas veces escucho a padres confesar que no pueden evitarlas, dejando que el ritmo de vida los absorba y los acostumbre a pasar menos tiempo con sus familias.

Trabajamos para cumplir con toda la carga horaria y actividades que las labores, profesionales, demandan, pero cuando llegamos a casa no estamos para nadie; suelen explicar dichos progenitores que en la mayoría de las ocasiones endosan a sus parejas (esposa o esposo) el cuidado de sus hijos.

Así en el papel de proveedores, pasan la mayor parte del tiempo comprando o buscando lo que aparentemente se necesita en casa y quieren los vástagos.

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Y como agregan sentirse estresados, les surge la necesidad de tomarse cada vez con más frecuencia, un tiempo libre solo para ellos, sin hacer partícipe a la familia.

Es ahí cuando se comienza a creer que el darle tiempo a los hijos “es únicamente ocuparnos de nuestras obligaciones para con ellos”; entonces, es más fácil contentarlos con cosas materiales para compensar el tiempo que no se les dedica.

Es fácil también llevarlos a realizar ciertas actividades como las extracurriculares, porque permiten tenerlos ocupados, pues no hay nadie en casa que los reciba.

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En otras ocasiones, incluso, resulta mayormente cómodo delegarles otras funciones como el cuidar y encargarse del cumplimiento de las tareas de los hermanos menores.

Todo esto produce dificultades en la vida emocional de los hijos, crecen con necesidad de afecto, de ser atendidos, por eso manifiestan conductas para llamar la atención, como rebeldía, mal comportamiento, etcétera.

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Se acostumbran a estar solos, a ser más independientes, dicen no necesitar de nadie y, sobre todo, cuando son adolescentes buscan el afecto de sus amigos para refugiarse en ellos.

Se revisten de una fortaleza externa cuando realmente por dentro son muy vulnerables.

Si los hijos no se acercan a sus padres es porque esperan de ellos más contacto, más entrega, más amor; y esto, a plenitud, solo se lo podrán dar sus procreadores.

No dejemos la labor educativa únicamente al colegio. Démonos tiempo para abordar a los hijos, no esperemos a que sean ellos quienes nos aborden cuando tengan preguntas o nos quieran reclamar algo, y sea demasiado tarde para remediarlo.

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No esperemos a que solo de ellos nazca el salir fuera de casa a pasar un tiempo con nosotros.

Establezcamos un espacio únicamente para ellos, para realizar actividades en las que disfrutemos de su compañía. Démonos tiempo para ser su autoridad y para ser sus amigos.

Démonos espacio para hacerles saber que aún estamos a tiempo de enmendar errores y comenzar de nuevo.

Mónica Mariscal T.,
licenciada, orientadora y consultora familiar, Guayaquil