Cuando Manos Houkes, de 18 años, paseaba en fecha reciente por el Jardín de Catas de Van Dongen en Sligro, acompañado de sus abuelos, Hans y Jenny Klop, Houkes no quiso probar los Bugs Nuggets, creación de 80% de pollo molido y 20% de larvas molidas, que Van Dongen estaba preparando. “No, sabe feo”, dijo, frunciendo el labio superior.
Su abuela lo probó y dio su aprobación. “Es como trigo entero”, indicó. “Ligeramente grasoso”. Arnold van Huis, entomólogo en la Universidad Wageningen que asesora a criadores de insectos y al Gobierno, señaló: “Países Bajos quiere estar a la vanguardia de la comida”.
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“Estuve trabajando en Níger, enseñándoles a los agricultores sobre el control de langostas”, comentó Van Huis. “Después me di cuenta de que los agricultores ganaban más de los saltamontes que se llevaban de su cultivo que de su propia cosecha de mijo”.
Reconoció que los europeos no valoraban tanto los insectos como alimento, aunque también manifestó que era un aberrante gusto adquirido. “Los niños no tienen problema alguno para comerlos”.
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Potencial negocio
Michel Van de Ven, de 38 años, y su hermano Roland, de 40, han criado insectos durante doce años, los últimos seis en un enorme granero de ladrillo usado para el cultivo de hongos. Exportan el 40% de su stock a tiendas de mascotas en Gran Bretaña, Alemania, Portugal y otras partes; solo el 1% o menos va a supermercados.
Él ve potencial para insectos como alimento humano, su hermano, en cambio, ve un obstáculo diferente al sabor: el precio. “Al mayoreo, los insectos tienen precios similares a la carne de res actualmente”, anotó Roland y explicó los métodos de agricultura intensiva que se emplean. “Las langostas son más como el caviar”.
Margot Calis, de 62 años, quien trabaja con su hija Marieke en la granja, que da empleos a diez personas, coincidió. “El precio de los insectos es demasiado alto. Requiere de muchísimo trabajo manual, amén que es muy caro”.
Van Dongen, de la cadena Sligro, piensa que la inversión vale la pena, aunque reconoció: “Se necesitarán de 4 a 5 años; la gente debe acostumbrarse a ello. Todo está en la mente”.
La mayoría de sus clientes son restaurantes, cafés y barras de bocadillos. Con el fin de atraer a compradores individuales, coloca sus muestras de chocolate con insectos donde el cliente las encuentre en primer lugar.
Solamente en ese momento despliega sus muestras de insectos. “Cuando ven los bichos, ya se los comieron en el chocolate”, anotó. “Algunas personas gritan, ¡Ah, Dios mío!, contó. Pero, si lo haces una vez, lo harás dos”.