En las primeras cuatro décadas del siglo pasado la ciudad mostraba acción propia de un puerto en desarrollo, pero su ambiente era más tranquilo que el actual.

Aun así los diarios publicaban noticias de sucesos alarmantes, que se atenuaban por la vigencia de ordenanzas municipales y disposiciones policiales para asegurar las buenas costumbres y seguridad ciudadana.

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Veamos lo publicado en EL UNIVERSO el martes 28 de mayo de 1929 en los siguientes términos: “Ayer, de orden de la Intendencia se notificó a los pastores protestantes, que están prohibidas las conferencias de índole religiosa en calles y plazas”.

También lo que se informó en septiembre de 1930: “Por disposición de la Intendencia de Policía del Guayas quedó prohibido fumar, escupir y decir palabras malsonantes en los teatros; tampoco se permitirá jugar pelota fuera de los estadios y pedir dinero a los padrinos a la salida de los bautizos”.

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Y para remate la nota de febrero de 1931: ”La Ordenanza del Silencio fue aprobada en primera y pasó a segunda. Con esta ordenanza, se prohíbe terminantemente que las iglesias de la ciudad repiquen sus campanas, antes de las seis de la mañana, hora en que todavía duerme la mayor parte de las familias; y las incesantes pitadas de vapores a la entrada o salida del puerto; y serenatas, solo se permiten hasta las once de la noche”.

¡Cosas de la vida!, dice nuestro pueblo.

Columna Octubrina
En tu Nueve de Octubre, me conmuevo./ Soy una grímpola en tu Seis de Marzo./ Y te amo en tus poetas sin segundo/ –oh azul Medardo Ángel de la Gloria–!

Ileana Espinel Cedeño (guayaquileña, 1933-2001)