San Pedro y San Pablo son personajes religiosos arraigados en la cotidianidad de los habitantes de Picoazá, Manabí, pero entre junio y agosto de cada año toman el papel protagónico dentro de las fiestas de esta parroquia portovejense.

El festejo también es conocido como ‘de blancos y negros’, pues se forman dos bandos: la República de los Blancos y la República de los Negros, donde se elige el gabinete que los preside.

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La devoción religiosa en torno a estas tradicionales fiestas en distintas localidades manabitas se evidencia en una casa de caña que se levanta en medio de terrenos irregulares sobre las colinas que rodean Picoazá. Allí, las imágenes de los santos descansan al pie de velas encendidas sobre un cajón metálico con hendiduras para introducir billetes o monedas. San Pedro y San Pablo se convierten en alcancías ambulantes durante un año, con el fin de recaudar dinero para financiar los festejos.

Mauricio Chávez Rivas, quien vive con doce familiares en un reducido espacio levantado con paredes de caña, se dedica desde hace once años a organizar las fiestas e invierte anualmente unos $ 200 en trajes, por eso, al igual que otros devotos, deja de trabajar, si es necesario, para recorrer las laderas vecinas y conseguir dinero que alcance para tres días. “Lo hacemos porque los santos son milagrosos”, expresa con convicción. Son creencias que incluso llegan a generar disputas por los cargos dentro de los bandos. Pero al final, todos unen plegarias hacia los santos de su devoción.