La semana pasada murieron el escritor portugués José Saramago y el escritor mexicano Carlos Monsiváis. La partida de estos dos grandes, ahora que vivimos una era de conectividad globalizada, afecta a las comunidades lectoras en el mundo entero. Como suele ocurrir con los hombres que han examinado con detenimiento los aportes de las obras de la cultura y el arte sobre la civilización y la humanidad, ambos autores dedicaron sus esfuerzos para descubrir los mecanismos a través de los cuales el poder –fundamentalmente los poderes político y económico– nos puede transformar en tontos, torpes, bestiales, ciegos y mudos.

Saramago cumplió a cabalidad con su oficio de escritor: formular preguntas, molestosas, que consiguen desestabilizar nuestras creencias. Por eso, al inquirir sobre una genuina democracia, comprendió que las urnas eran engañosas porque, en última instancia, se convertían en un dispositivo para que proliferara la estructura social que nos sojuzga; lo que hace legítimos a nuestros gobernantes no son los votos sino las acciones que emprenden día a día, dijo. Su novela Ensayo sobre la lucidez demolió la convicción ingenua de que la democracia se explica y justifica solo con los comicios; Ensayo sobre la ceguera es una gran metáfora de la sociedad que no quiere ver ni verse.

También polemizó con una de las instituciones más poderosas económica y políticamente hablando: la Iglesia católica, que, según el portugués, pretende implantar un único dios para todas las culturas cuando justamente vivimos en un tiempo en que la sabiduría de la multiculturalidad y la diversidad se reconoce como un gran valor. Saramago, aunque fue profundamente respetuoso de la religiosidad practicada con fe, cuestionó la empresa política del Vaticano y del Papa, muchas veces sustentada, a lo largo de la historia, en propósitos de conquista de poder. El Evangelio según Jesucristo y Caín novelaron una posible visión mundana de los personajes bíblicos.

Carlos Monsiváis se armó de un bagaje impresionante que le permitió estudiar la poesía norteamericana y latinoamericana, y fue uno de los protagonistas más estimulantes del debate cultural del México contemporáneo. Conocido como cronista-ensayista, hace cuatro décadas le dio un renovado impulso a la crónica –ese cruce de literatura con periodismo– y publicó libros que son ya clásicos de las letras hispanoamericanas. Días de guardar, Amor perdido, Escenas de pudor y liviandad, Entrada libre: crónicas de una sociedad que se organiza y Los rituales del caos, entre otros, nos han revelado las variadas maneras en que lo marginal debe ser colocado en el centro del debate.

El cronista halló un estilo para recuperar de modo crítico, sin hacer concesiones a la industria del espectáculo, a aquellas figuras que ya son verdaderas instituciones (María Félix, Agustín Lara, Cantinflas, Gloria Trevi, El Santo, Raúl Velasco), pero que además son muros mentales para encandilarnos y alienarnos. A partir de un detalle sustentado en el dato de archivo y en la experiencia de ser un paseante observador de las multitudes, Monsiváis señaló los hilos con que cantantes, estrellas de televisión y del cine y hasta fiestas cívicas y religiosas ocupan un lugar para impedirnos pensar libremente. Si somos consecuentes con las lecciones de Saramago y Monsiváis tendremos elementos para persistir en la construcción de una sociedad mejor.