La visita y exposición de las reliquias de San Juan Bosco en Guayaquil, hace unos días, nos suscitó alegría, devoción, y algunos recuerdos. Ahora, con el paso del tiempo, podemos confirmar los revolucionarios efectos de su obra en todos los sectores sociales: oratorios festivos, escuelas, colegios, universidad politécnica, misiones, programa para chicos de la calle, parroquias y templos para adorar a Dios.
Con entrañable unción recuerdo que estando de vicecónsul del Ecuador en Roma tuve el honor de participar el 24 de mayo de 1958 en la inauguración de la basílica de María Auxiliadora, solemnizada con la presencia del papa Juan XXIII. Circunstancia en la que se trasladaron en dos urnas transparentes los cuerpos de Juan Bosco y María Mazzarello, santos salesianos; igualmente como signos de aproximación y gratitud por su admirable actuar, ejemplo, y proyección espiritual; entonces para los fieles de Roma, como ahora a los del Ecuador.
Todavía conservo una foto panorámica de aquella ocasión en que fui acomodado al lado del arquitecto que hizo esa basílica romana; acontecimiento donde pude comprobar el afecto que tiene la Iglesia católica por don Bosco y María Mazzarello, y por sus vidas santas que no han perdido modernidad por estar basadas en el amor, la razón, la religión, y que continúan salvando a millones de jóvenes, mujeres, y hombres, en más de 130 países del mundo.
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El tener privilegio de estar cerca de las reliquias de un santo no nos hace ni mejores ni más buenos. Ahora reconfortó venerar las reliquias de don Bosco, cuyo significado se centra en que se puede ser santo y sembrar paraísos, sin dejar de ser un hombre cabal.
Javier Espinosa Zevallos,
doctor, Guayaquil