El sábado 20 de junio del 2009 murió Jaime Ubilla y desde entonces, a pesar del dolor que sentí, no había podido manifestar mis sentimientos a su esposa e hijos, de quienes guardo gratos momentos.

La historia vino así. En noviembre de 1950 se funda en esta ciudad el profesionalismo en el fútbol y ya para enero de 1951 comenzó el ajetreo de los antiguos y nuevos clubes por incorporar en todas sus categoría a muchos jugadores. Guido Chiriboga Parra, ex prefecto y ex gobernador, era socio y fanático de Emelec y jugaba en las divisiones infantiles del club.

Guido me llevó a los juveniles y yo llevé a Jaime Ubilla, que era mi compañero de aulas estudiantiles, y Jaime arrastró a otro compañero estudiantil, Raúl Patón Argüello.

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El entrenador argentino Gregorio Esperón formó un buen equipo con el que por dos años consecutivos fuimos campeones y subcampeones, amén que algunos llegamos a ser campeones en la reserva y luego a la primera profesional. Jaime, por ser el mayor y el más alto, fue escogido como capitán, título y remoquete que no se lo quitó nadie, nunca. Con Emelec ganó el primer campeonato nacional, jugado en 1957.

No recuerdo hasta qué año jugó Jaime en el equipo, pero su lealtad y amor azul no mermaron jamás. Siempre estuvo presente en las buenas y en las malas, con su consejo oportuno, dándose tiempo en todo y ganándose el respeto de los eléctricos hasta el día de su sepelio. Fue una historia viviente de Emelec hasta que se despidió para siempre.

El 31 de diciembre pasado falleció, tras una larga enfermedad, Efrén Avilés Pino. ¿Qué vinculación tuvo Efrén con el deporte? La primera, su fanatismo por Emelec, y segundo, es autor con letra y música de esa canción que interpreta el estadio azul: “Los domingos Guayaquil está de fiesta, los muchachos están listos a vencer, el estadio se ilumina de colores y se llena con la hinchada Emelec”. Aquello lo escribió en 1991, con la reinauguración del Capwell.

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Inmediatamente que falleció Efrén, me llamó por teléfono el periodista Alberto Sánchez Varas para decirme que tres días atrás de la muerte de Avilés Pino, este le había pedido con toda la lucidez del caso que me llamara y lo comentara en mi columna, como un deseo póstumo de su eterno amor azul.

Pero Efrén también fue otra cosa. Componía canciones y trabajaba en Ifesa, una gran organización musical de su familia materna, los Pino Yerovi. Pero de repente, desde los 27 años de edad, se dedicó a la investigación histórica. Publicó diez libros de su autoría y otros cinco en colaboración con Melvin Hoyos, director de la Biblioteca Municipal de Guayaquil.

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Efrén, con su locuacidad, su espíritu inquieto y profundo amor por la verdad histórica daría que hablar, porque así es la historia. Una materia que se presta a la discusión y la polémica. Una de sus últimas obras fue La historia del Guayaquil, escrita con Hoyos. El libro fue refutado duramente por el historiador quiteño Juan Paz y Miño. Avilés Pino y Hoyos replicaron más que duramente el escrito de Paz y Miño, aclarando y conceptualizando argumentos, según sus autores, al capitalino.

Ya dije que cuando hay tesis y antítesis se impone un foro en el que pueda descubrirse sin muchas tinieblas la verdad. Hay que reunir moderadores, expositores y público, porque a estas horas de la vida que se está hablando bastante del 10 de Agosto de 1809 y el 9 de Octubre de 1820, lo más importante es un baño de verdad.

Hasta donde yo conozco esta última versión de Avilés-Hoyos no ha sido publicada, debería hacerlo y fue, entre sus últimas palabras, su deseo.

Avilés Pino fue hijo de Efrén Avilés Tabares, gran jugador de béisbol y mejor dirigente del Oriente guayaquileño, y de Eugenia Yerovi Pino. De su padre le vino el deporte; de su madre, el amor al arte; y de su guayaquileñismo, su dedicación a la búsqueda histórica. Paz en la tumba de Jaime y Efrén, dos extraordinarios amigos.

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