Juergen Stiller se para regularmente afuera de la histórica estación de trenes Friedrichstrasse con una lata de dos kilos de propano inflamable atada a la espalda. Pero si un agente de policía se le acerca, es solo para comprar una de las salchichas calientes que chisporrotean en la parrilla encendida que cuelga de sus hombros.
Stiller trabaja con Grillwalker, una máquina móvil de asado de salchichas consistente en un solo hombre. Él y sus colegas pueden ser vistos en toda la capital, volteando sus salchichas doradas con pinzas y tentando a los transeúntes con el aroma de la carne asada que despiden sus parrillas.
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El vendedor de salchichas itinerante es tan exitoso que han surgido imitadores, lo cual llevó a periódicos locales a hablar de una guerra de salchichas, en ubicaciones como la famosa Alexanderplatz, donde compiten muy cerradamente.
Es también un signo de con cuánta seriedad toman aún los alemanes a sus salchichas, en un país donde los registros muestran que la salchicha Thuringian data al menos de 1432, y en una ciudad donde se abrió en agosto todo un museo dedicado a la otra favorita local, la picante Currywurst.
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Son un éxito entre los viajeros cotidianos gracias al bajo precio, apenas 1,75 dólares por una salchicha en un rollo con mostaza o salsa kétchup. Los turistas, poco acostumbrados a ver una cocina andante en dos pies, se quedan embobados, boquiabiertos y toman fotografías. Stiller estima que lo fotografían más de 30 veces al día.
Los grillwalkers como Stiller destacan bajo sus brillantes sombrillas anaranjadas, que los protegen del fuerte sol del verano y las frías gotas de lluvia que ya caen aquí en el otoño.
“Oh, los hace tan felices. Piensan que es divertido”, dijo Stiller, de 37 años, al referirse a los turistas. Pero otros transeúntes objetan lo que consideran condiciones de trabajo inhumanas. “Dicen: Hombre, déjalo. Piensa en tu salud”, relató Stiller.
No obstante, Stiller se considera afortunado de ser grillwalker tras llegar a Berlín, porque no había empleos en la ciudad germanoriental de Eggesin, donde creció.
Contó que cargaba objetos mucho más pesados que la parrilla, que pesa 20 kilos totalmente cargada, cuando trabajaba en sitios de construcción, y que ganaba mucho más dinero ahora.
Alemania es conocida por su ingeniería innovadora y sus salchichas, así que el salto técnico pudiera parecer casi inevitable. Pero fueron los altos obstáculos puestos por la burocracia de la ciudad los que dieron pie al invento de estos aparatos.
Después de perder su empleo en la administración de un hotel en 1997, Bertram Rohloff quiso abrir un puesto para vender emparedados, pero encontró que no podía obtener los permisos necesarios para establecerse.
Así que en vez de ello ideó algo que va un paso más allá de los carritos de hot-dogs rodantes, porque sin los permisos necesarios, ni la parrilla ni las salchichas podían tocar el piso.
“No se podía conseguir una ubicación A-1 como Alexanderplatz por todo el dinero del mundo”, dijo Rohloff. Y la movilidad de los vendedores les permite seguir a las multitudes, con grillwalkers apareciendo fuera de los clubes nocturnos en las noches de mayor actividad, en desfiles importantes e incluso en manifestaciones sindicales, las cuales están entre los mejores sitios para hacer negocios, según Rohloff.
Mientras trabajaba en el invento, Rohloff consideró todo, desde quemar carbón hasta conectar la parrilla a una batería de auto –lo cual descartó porque se agotaría en apenas 10 minutos– antes de decidirse por el propano. La diseñó con un mecanismo de interrupción automática para el gas, para cerciorarse de que fuera segura en el caso de un accidente.
Rohloff fue la primera persona en ponerse su invento y vender salchichas en la calle. Ahora tiene quince empleados que venden salchichas en toda la ciudad en equipos de dos; toman turnos usando la parrilla y recargando las salchichas, los rollos y los condimentos.
Pero sus ambiciones se extienden mucho más allá de la capital alemana y los entre 17 y 30 centavos de dólar de utilidad que saca por cada salchicha. En general, la compañía ha construido 73 grillwalkers. Tiene subcontratistas que los rentan en ciudades de todo el país, desde Hanover hasta Karlsruhe.
Y Rohloff ha vendido el equipo, en 7,100 dólares cada uno, a clientes en Bulgaria, Colombia, Corea del Sur y otras partes.
Rohloff patentó el diseño, aunque no ha desalentado a los imitadores, como la compañía que apareció en escena en Berlín el año pasado, operando bajo el nombre de Grillrunner, con sombrillas amarillas en vez de anaranjadas.
Rohloff ha contratado a un abogado para tratar de reprimir a la competencia, pero no han llegado a tribunales todavía.
En las calles, se ha desarrollado una tregua incómoda entre los vendedores rivales. “Nuestra selección, nuestra calidad es mucho más alta, y con nosotros es mucho más higiénico”, dijo Petra Schoebs, que en una tarde estaba trabajando en un puesto de Alexanderplatz que anunciaba “salchichas Thuringian originales” por apenas poco menos de 3 dólares.
“No pienso que sea poco higiénico”, manifestó Lydia Eiglsperger, de 41 años, una vacacionista bávara que compró una salchicha para cada uno de sus hijos. “De pie ahí, no pueden ocultar nada”.
Datos
Popular. Los grillwalkers se han popularizado tanto que su inventor, Bertram Rohloff, hace apenas unos días vendió uno de estos aparatos a un cliente en Sudáfrica, que el año próximo será anfitrión de la Copa Mundial de fútbol soccer.