Ganadora del Oso de Oro de Berlín, La teta asustada habla del miedo y de la redención, de los años de sufrimiento, de la humillación y de la dignidad, del Perú en general, y de la infligida cultura quechua en particular.
Y lo hace en clave realista, con afanes líricos, describiendo los feroces traumas de la hija de una campesina que fue reiteradamente violada por los militantes del grupo terrorista Sendero Luminoso.
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El título, que más vaticina una historia que atañe a los placeres de la carne, nos adentra precisamente en los más desgarradores padecimientos de aquella época tenebrosa, desde los años setenta hasta los noventa. Con él, la directora Claudia Llosa se refiere a la creencia supersticiosa de un síndrome homónimo que se transmite por la leche materna de las mujeres que han sido víctimas de la violencia sexual a sus hijos, que nacen sin alma, heredando un infierno psíquico. Pero también un estado de ánimo, la concreción dolorosa del sufrimiento y la violencia que esparcen la guerra y el terrorismo militar que afectó especialmente a las mujeres indígenas del país vecino.
Esclavizada por el miedo continuo, Fausta, la protagonista, se introduce en la vagina una patata que impida que un hombre la viole, y se vuelve un escudo que crece en su interior y al que va cortándole las raíces a medida que van creciendo, pero que no hará más que despojarla de la libertad que anhela.
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Ella lo experimenta todo porque contempló desde el útero materno la transgresión contra su madre y el asesinato del padre. Supo, desde el mismo umbral de la vida, que la existencia venidera sería intensamente dolorosa.
Para la realizadora peruana, afincada en Barcelona (sobrina lejana de Mario Vargas Llosa y autora de Madeinusa, premiado en Sundance 2006), se trata de un filme sobre la recuperación de la autoestima, paso fundamental para poder superar cualquier trauma. Así, Fausta, como representación del lacerado pueblo peruano, el que estuvo sometido al régimen del terror, debe forzosamente recobrarse si quiere seguir adelante y dar sepultura a su madre con la dignidad que merece, y redimirse de ese horrible estigma. El proceso que vive la protagonista es equiparable al del propio país, pues no se trata de cicatrizar una herida abierta, sino de curarla.
En consonancia, La teta asustada es una película poética, metafórica, pero en exceso dilatada que nos recuerda que el terror también se hereda y que aún tenemos todos, como sociedad, un compromiso no resuelto con el pasado.