¿Es escritor o pretende serlo? ¿Ve en los certámenes literarios una opción para acabar con los números rojos de su cuenta bancaria? Lea con atención la fórmula que propone el autor y comediante estadounidense Grouche Marx: “Los grandes éxitos los obtienen los libros de cocina, los volúmenes de teología, los manuales de ‘cómo hacer’ y los refritos de la Guerra Civil”.
Y antes de enfrentarse a las bases de esos concursos minoritarios que abundan en la geografía española, un consejo adicional: escriba un cuento que sea como una “célula madre literaria” y que luego pueda clonar para cada uno de ellos. Es decir, un mismo texto “refrito” que se transforma según las necesidades de cada certamen. No lo dude, gracias a este ejercicio de “homotextualidad”, el galardón está asegurado. Al menos es lo que dice el “Decálogo del concursante consuetudinario” que Fernando Iwasaki incluye en su última obra, España, aparta de mí estos premios (Páginas de Espuma).
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El escritor peruano, con humor e ironía, reescribe siete veces un relato y demuestra cómo la “coherencia de la ficción” también permite “narrar la esperpéntica realidad” que se cierne sobre la sociedad del espectáculo. Y ganar premios.
Mientras Mario Vargas Llosa habla de “la verdad de las mentiras”, a Iwasaki le interesa, en este libro, poner el acento en “lo inverosímil de las verdades”. Y hacen más gracia. Así lo explica en esta entrevista con EL UNIVERSO.
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¿Cuál es el embrión de España, aparta de mí estos premios?
Se me ocurrió hace muchos años, leyendo un extraordinario cuento de Roberto Bolaño: Sensini. La idea creció después de saber que muchos escritores españoles y latinoamericanos eran verdaderos profesionales del concurso. Cuando finalmente comencé a escribir estas historias –hacia el otoño del 2006– me fueron muy útiles algunos textos: La tía Julia y el escribidor, de Mario Vargas Llosa; El amante bilingüe, de Juan Marsé; Historia Universal de la infamia, de Jorge Luis Borges, y Rashomon, de Ryunosuke Akutagawa.
¿Cómo es ese “Concursante latinoamericano desconocido” a quien, de cierta forma, va dedicado este libro?
Tiene que haberlos de varios tipos, aunque todos unidos por la ilusión o la necesidad de colmar sus necesidades económicas o sus ilusiones literarias. No creo que sea posible hacer un único retrato-robot.
¿No hay cierta ingenuidad en el escritor latinoamericano frente a la posibilidad de que los premios literarios, por minoritarios que sean, lo catapulten al éxito?
No creo que nadie sueñe con el éxito cuando se presenta a un premio dotado con menos de seis mil euros (8.820 dólares), por más de que esa cantidad sea más sustanciosa en América Latina que en España. Los escritores que se presentan a premios así no buscan el éxito, sino solucionar una necesidad inmediata. Y tampoco pienso que a los grandes premios dotados con cientos de miles de euros se presenten solo escritores fascinados por España y lo español.
¿No supone este libro una crítica encubierta a esos premios literarios o “premios búfalo”, como los llamaba Bolaño?
Para nada. Los premios pueden confirmar vocaciones, consolidar trayectorias o consagrar toda una obra, según las características del premio. Roberto ya era bueno cuando ganaba premios búfalo y gracias al premio Herralde y al premio Rómulo Gallegos consiguió tener mucho más lectores que hoy representan la seguridad de su viuda y de sus hijos.
¿Alguno de esos premios minoritarios lo ha salvado a fin de mes?
En mi “ridículum vitae” no hay premios búfalo de cuentos, pero sí premios búfalo de ensayo, investigación histórica y artículos de fútbol. Gracias a El sentimiento trágico de la Liga (1995) me compré una computadora de mesa y una impresora láser que todavía funcionan.
¿Ha aplicado alguna de las reglas del “Decálogo del concursante consuetudinario” que consta en el epílogo?
Las aplico permanentemente, sobre todo la primera regla, que dice que nuestras obras no son importantes para la historia de la literatura y ni siquiera para la literatura. Todos escribimos para ser olvidados.
¿Por qué se decantó por personajes japoneses para cada uno de esos cuentos? ¿Qué habría pasado si hubieran sido de otras nacionalidades? ¿Por qué no latinoamericanos?
Porque los japoneses son tan tenaces, disciplinados, persistentes, minuciosos, delicados, sensibles, honestos, eficaces, ordenados y cumplidores, que no tienen nada que ver con la idiosincrasia española o latinoamericana. Por otro lado, las acciones que realizan los japoneses –no sé por qué– lo mismo asombran que hacen reír e igual nos parecen inverosímiles, aunque sean verdaderas. Un chileno, nicaragüense o paraguayo empeñado en aprender catalán, guisar platos vascos o bailar flamenco siempre pasará desapercibido, pero un japonés que haga todas esas cosas, más tarde o más temprano terminará en Televisión Española.
¿Son reales esos personajes?
La mayoría sí: Jack Shirai fue un brigadista japonés, Madame Sadda Yakko fue una geisha amada y retratada por Picasso en París, los “kakure kirishitan” fueron los cristianos escondidos del Japón, Hasekura Tsunenaga Rokuemon fue embajador de un señor feudal japonés en 1614 y sus descendientes originaron el apellido “Japón” en el pueblo sevillano de Coria del Río, Kouiji Fukaya y Yukio Konishi son dos chefs japoneses que tienen sus propias cadenas de restaurantes vascos en Japón y hay miles de artistas flamencos japoneses. Por cierto, el torero japonés que cito en el colofón –“Mitsuya”– también existió y fue el triunfador de la Feria de San Sebastián de los Reyes en 1969.
¿Qué está pasando con la sociedad civil?
Que ya ni es sociedad ni es civil. Nos hemos convertido en audiencia, es decir, en televidentes adocenados.
El humor y la ironía que destila el libro se puede apreciar desde la portada. ¿Por qué el diseño?
Porque ese Toro de Osborne, del cual descienden docenas de ninjas dispuestos a tomar España, me parece el mejor homenaje al Caballo de Troya y una mezcla de “Tora, Tora, Tora” con “Toro, Toro, Toro”.
¿Busca el libro dar un toque de atención al mercado editorial?
¡Dios me libre de querer darle toques al mercado editorial! Más bien me encantaría que alguna vez a mí el mercado editorial me diera un toque.
Entonces, ¿qué está pasando con el relato, se lo está menospreciando acaso?
En América Latina, no. Sin embargo, en España se desconfía mucho del prestigio literario obtenido gracias a los relatos, a pesar de Borges, Cortázar, Arreola, Denevi, Monterroso, Quiroga o Ribeyro. Incluso me atrevería a agregar a don Miguel de Cervantes, pues para mí El Quijote también podría ser una colección de cuentos.