Se inició  el concierto con el famoso adagio de  Samuel Barber,  cuyo
segundo movimiento fue transcrito para orquesta de cuerdas por el mismo
compositor. La melodía empieza con una nota de cuerdas que preludia el acorde, sube como espiral desde los graves hasta los agudos de un modo romántico algo dramático. Es interesante recordar que Toscanini estrenó esta obra en 1938. Luego fue utilizada en varias películas.

El Concierto para clarinete y orquesta de Aaron Copland fue interpretado magistralmente por  Danny Gallegos. Supe que mientras venía del hotel donde se hospedó hasta el Centro Cívico el solista estuvo sometido a un secuestro express, le robaron su clarinete. Tuvo entonces que interpretar la obra utilizando un instrumento ajeno, lo que aumenta más aún el mérito de su prestación.

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Supo volverse lírico en el primer movimiento donde lo acompañan el arpa y las cuerdas. Dicho concierto fue dedicado a Benny Goodman, quien lo estrenó en 1950. La segunda parte exige mucho del instrumentista pues, además del virtuosismo, la subida hasta las notas más agudas contempla  impresionantes intervalos de sonidos.

En efecto, al finalizar la primera parte, de melodía muy reposada, el clarinete lanza una inesperada escala que anuncia  la llegada de un ritmo sincopado influenciado por el jazz. Se hace más notorio cuando interviene el piano. El huracanado segundo movimiento permite al solista dar la medida de sus posibilidades. La ovación del público no se hizo esperar.

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Después del intermedio pudimos escuchar El sombrero de tres picos, obra de Manuel de Falla realizada para ser bailada. Fue estrenada por Diaghilev con decorados de Pablo Picasso a principios del siglo pasado. La música, típicamente española, abunda en ritmos trepidantes que nos cuentan las desventuras del corregidor (representante del rey) enamorado de una bella molinera.

Hay humor, dinamismo, mucho colorido. El director cubano Enrique Pérez Mesa transmitió este ambiente pícaro  y nos hizo conocer  la obra de Juan Pablo Moncayo Huapango. Allí también imperó un ritmo exultante, el que corresponde a un profundo nacionalismo mexicano.

Existe en youtube una muy hermosa versión de  la Filarmónica de Berlín dirigida por Plácido Domingo. La obra Apamuy shungo, arreglada por Gerardo Guevara, lució algo más tradicional, se volvió pálida en su armonía ya que luego la orquesta tocó el Danzón No. 2 de Arturo Márquez, donde se desbordan acordes tremendamente vistosos, capaces de levantar de sus asientos a los oyentes. Hay un dinamismo creciente que contrasta con un inicio lírico que me hizo recordar  una melodía israelita.

A pesar de ser un concierto gratuito el público escaseó, lo que resulta incomprensible si se toma en cuenta la calidad de nuestra orquesta y el programa realmente hecho para todos los gustos.

El maestro Enrique Pérez Mesa sacó el mejor provecho a nuestra orquesta  que vemos en su mejor forma.