En una oscura noche de verano no recuerdo lo que pasó. Sé que había disfrutado de un par de tragos, pero sentía algo fuera de lo común. No sé si estaba hipnotizado o en alguna clase de trance ancestral. Pero de pronto me entregué por completo a la sombra de un vampiro.

Y es que como si hubiese sido atacado por una de estas míticas criaturas, sus afilados colmillos se prensaron de mi cuello, obligándome a servirlos por la eternidad. Por qué me ha pasado esto con algo que alguna vez catalogué como una serie agridulce y simplemente pasó. La segunda temporada de   True blood  me da ganas de beber sangre.

Publicidad

Si la primera temporada de esta serie de HBO se convertía por momentos en un ejercicio de paciencia, mientras nos presentaban una larga lista de personajes sin mayor desarrollo conceptual, los nuevos capítulos muestran una gran mejoría en la trama que no solo revela los grandes misterios de la subcultura vampírica, sino que ha logrado que sus seguidores tengan verdaderos sentimientos hacia los personajes. Finalmente los conozco y me importan.

Si antes los desnudos de Anna Paquin me parecían innecesarios, finalmente entiendo que es parte de su evolución de sus propios deseos empíricos al estar perdidamente enamorada de su propio Chiquidrácula. Al igual que los vampiros que retrata,   True blood  comienza a mostrar sus primeros destellos de inmortalidad.

Publicidad

* Domingos, 21:00, por HBO