En Utopística o las opciones históricas del siglo XXI, Immanuel Wallerstein señala: “El verdadero problema con todas las utopías que conozco no es solo que no han existido en ninguna parte hasta el momento sino que, en mi opinión y en la de muchos, parecen sueños celestiales que nunca podrán hacerse realidad en la Tierra. Las utopías cumplen funciones religiosas y a veces también son mecanismos de movilización política. Pero políticamente tienden a fracasar, ya que son generadoras de ilusiones y –cosa inevitable– de desilusiones. Las utopías pueden usarse –y se han usado– como justificaciones de terribles yerros. Lo último que necesitamos son más visiones utópicas”. Dicho esto, debemos preguntar si son indispensables y si dan cuenta de la realidad las proclamas de “revolución ciudadana” y “socialismo del siglo XXI” que tiñen todo empeño del Gobierno.

En pocas semanas entraremos al segundo mandato del presidente Rafael Correa con renovadas esperanzas y aún no está dilucidada la vía política que tomaremos, pues una cuestión es lo que los dirigentes de PAIS tienen en mente y otra aquello que los ecuatorianos están dispuestos a seguir: PAIS no es el país. Por eso, cuánto bien nos haría reconocer que nadie puede asumir el lugar de la verdad y que debemos aceptar que –incluso con asesores informados y seguidores entusiastas– habitamos en la contradicción y la equivocación, y que solo un mandatario que tenga claro esta falla puede representarnos adecuadamente: no podemos salir de la falta en que existimos, esa es nuestra condena humana, pero el reconocimiento de esta condición ayudaría para confiar un poco más en quien ejerce el poder.

El Gobierno que reinicia, cuyo tesoro es el encargo que le hemos dado, debe mantener una propuesta sobria y hablar no solo para obtener la ovación de sus adeptos. Es crucial llamar apropiadamente a lo que estamos experimentando porque necesitamos caracterizar este proceso a plenitud. Nuestro siglo XXI ecuatoriano exige de sus gobernantes que asienten –tal vez como nadie lo hizo antes– los pies en la tierra, porque la experiencia histórica evidencia que ninguna revolución socialista ha salido completamente victoriosa en la larga duración: es cierto que desde 1917 los socialismos triunfaron, gobernaron y modificaron estructuras estatales, pero ninguno de ellos alteró la concepción y el funcionamiento del Estado, de tal modo que degeneraron sus sistemas porque siempre apareció un grupo que autoritariamente sometió a otros. ¿Es el socialismo la única vía para asegurar el acceso a una buena educación, a una atención decente de salud y a un salario digno?

Según Wallerstein, lo que se precisa, en vez de una utopía, es una  utopística, esto es, “la evaluación sobria, racional y realista de los sistemas sociales humanos y sus limitaciones, así como de los ámbitos abiertos a la creatividad humana”. Nuestro actual Mandatario es responsable de nombrar con originalidad el proceso que experimentamos porque marcará el destino de millones de personas. El próximo 10 de agosto urgimos superar el uso retórico de la palabra para, más bien, empezar a construir instituciones que funcionen de modo radicalmente diferente junto con una vocación para la búsqueda de acuerdos, especialmente porque la principal debilidad del régimen será la omnipresencia con la que está copando absolutamente todos los espacios de la sociedad.