La presencia del Grupo Guayaquil en la historia de la literatura ecuatoriana es imprescindible. Cada uno de sus integrantes forjó con sus obras momentos clave de nuestra identidad cultural. Uno de ellos, Demetrio Aguilera Malta,  cumpliría hoy  cien años de nacimiento. A este autor ningún género le fue ajeno. Incursionó en el cuento, la novela, el teatro y hasta en el cine, por lo cual su obra, llena de matices narrativos innovadores, adornada de magia y realidad, continúa viva.

Aguilera Malta nació en Guayaquil, el 24  de mayo de 1909. Fue hijo  de Demetrio Aguilera Sánchez, antiguo combatiente de las montoneras alfaristas, y de  Teresa Malta.

Aguilera Sánchez se dedicó al comercio y a la agricultura, estableciendo su negocio en la isla San Ignacio, ubicada en el Golfo de Guayaquil. En sus   travesías fluviales llevaba de acompañante a su hijo Demetrio. Estos viajes fueron uno de los elementos inspiradores de  la   literatura  del autor. El contacto con el río Guayas,  el entorno geográfico del perfil costanero, las islas intrincadas llenas de manglares y sus habitantes, los cholos, se convirtieron en protagonistas de  sus obras.

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Dos escritores ejercieron una fuerte influencia en su formación intelectual: José de la Cuadra y Joaquín Gallegos Lara, líder  del Grupo Guayaquil. Aguilera se distinguió  por ser un lector voraz. Fue inmenso su afán por conocer y aprender.  Sus lecturas: Fedor Dostoievski, Thomas Mann, Benito Pérez Galdós y León Tolstoi, que le dieron  herramientas para tornear psicológicamente a sus futuros personajes de novelas.

En teatro su favorito  fue Eugene O’Neill. También Rafael Valle Inclán, que dio al autor  la tendencia hacia lo esperpéntico con que ilustró sus novelas y cuentos. Aguilera Malta participó en la formación del partido Socialista en 1926, aunque luego dejó  la militancia por considerarla incompatible con las tareas del escritor. Sin embargo, no abandonó las inquietudes políticas de izquierda.

Ejerció el magisterio en universidades extranjeras. Fue subsecretario de Educación en 1937 y en 1943. En este último año fue  nombrado director del Museo Único en Quito. Ingresó a estudiar Derecho en la Universidad, pero dejó  trunca la carrera.

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Sus inclinaciones por el dibujo lo llevaron a matricularse en la Escuela de Bellas Artes. No  terminó la carrera, aunque siguió realizando ilustraciones para exposiciones y portadas de libros. Desempeñó la docencia en el colegio Vicente Rocafuerte, y el periodismo en una columna de Diario EL UNIVERSO  (1933).

Las  necesidades económicas lo llevaron a manejar una pequeña fábrica de fideos. Y en medio  de sacos de harina siempre tenía  a mano su máquina de escribir para poder plasmar las historias que producía su fértil imaginación.

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Sus inicios literarios se dieron en 1924,  cuando publicó en la revista  Cromos sus primeros poemas. Se reafirmó en ese género en 1927 al sacar en colaboración con el futuro historiador y diplomático Jorge Pérez Concha el poemario Primavera interior. Luego escribió el Libro de los mangleros, donde se atisbó su atracción por el mundo del cholo y el montubio.

El año 1930 fue una  fecha clave para su vida y la cultura del país.  Ecuador   se debatía  frente a la crisis económica causada por la caída de los precios del cacao y la ruina de los cacaoteros. El Estado estaba en un proceso de fortalecimiento de sus instituciones luego de la Revolución Juliana, mientras amplios sectores sociales irrumpían  reclamando espacios en la sociedad. En este marco, Aguilera Malta junto a dos jóvenes guayaquileños, Enrique Gil Gilbert y Joaquín Gallegos Lara, publicó  el libro de cuentos Los que se van, recopilación de relatos del cholo y el montubio, obra fundamental y revolucionaria en nuestra literatura, que sorprendió  al medio cultural por la utilización de un lenguaje castizo y por la toma de partido por el hombre de campo como protagonista.

El  joven guayaquileño era autor de ocho  cuentos. Destacaba su estilo directo, trasladando el dialecto cholo al papel sin ningún cambio.

Cada relato destilaba pasión, ternura y violencia.  Entre los que constaban El cholo que odió la plata, cuyo  personaje es una especie de símbolo utópico: el hombre primigenio que no debe ser contaminado por el poder económico; El cholo que se fue pa Guayaquil, declaración de amor a su ciudad natal, pero también alegoría de cómo las urbes modernas pueden vampirizar al hombre del monte;  y El cholo que se castró, lleno de violencia y sexualidad.

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Hombre de carácter inquieto y cosmopolita, no dudó en partir a distintos lugares para conocer y comprender las  realidades y culturas de otros países, por lo cual Benjamín Carrión le llamó judío errante con libreta de direcciones.

Se  desempeñó en el ámbito diplomático en Chile, Estados Unidos y México. Este  último sería su residencia desde 1958 hasta su muerte. El éxito le llegó con   Don Goyo (1933), novela publicada por la madrileña editorial Cenit en su colección Panorama literario español e hispanoamericano. Don Goyo, personaje que linda entre lo humano y lo mítico, es la representación idealizada del cholo manglero, que simboliza la lucha del hombre por dominar a la naturaleza.

En 1936 viajó a España para estudiar Humanidades en la Universidad de Salamanca,   donde le sorprendió  la Guerra Civil. Ejerció  de corresponsal de guerra. Tomó  partido por el bando republicano y producto de esa experiencia publicó el libro titulado Madrid, reportaje novelado de una retaguardia  heroica (1937) que fue  traducido al ruso. Participó en el Congreso Internacional Antifascista en la ciudad de Valencia, donde  se codeó   con artistas de la talla de Nicolás Guillén, Alejo Carpentier, André Malraux, David Alfaro Siqueiros, Pablo Neruda, entre otros.

Por esos años incursionó en el teatro. Llevó   piezas de su autoría a las tablas, destacándose  Lázaro (1941), que tuvo el récord de 1.000 presentaciones en todo el país, con la compañía de  Ernesto Albán. En 1942 lanzó  la obra La isla virgen, nueva incursión en el mundo del cholo y la cual contiene elementos narrativos que la entronca con Don Goyo y que logró   éxito de ventas y críticas.

Producto de sus inquietudes artísticas produjo  la película Cadena infinita (1949) en Santiago de Chile, que fue un fracaso. Pero  no se amilanó y a continuación filmó en Brasil Entre dos carnavales (1951), con guión de la mexicana Velia Márquez, que luego fue su compañera sentimental.

A finales de la década de los sesenta América Latina se encontraba  inmersa en el  auge del realismo mágico. En  ese marco  Aguilera Malta publicó una de sus más logradas novelas, Siete lunas y siete serpientes, obra que marcó  el fin de su trilogía del cholo iniciada con Don Goyo.

Siete lunas funde  la realidad con el mito, inspirado en   leyendas del Litoral pobladas de tintines y aparecidos, que debió  haber escuchado durante sus viajes de juventud. Creó en la novela un microcosmos o universo propio con sitios como la mítica ciudad de Santorontón y la isla de Balumba, lugares donde las fuerzas del bien y el mal libran combates eternos y cuyos habitantes esconden terribles secretos de muerte y destrucción.

En esta obra de reminiscencias epopéyicas y mágicas, el autor logró  establecer un puente entre ese mundo de magia de la hacienda La Hondura del relato Los Sangurimas, de José de la Cuadra, y el realismo mágico elaborado del Macondo de Cien años de soledad, de Gabriel García Márquez.

Demetrio Aguilera Malta falleció  en México el 28 de diciembre de 1981,  donde se desempeñó como embajador. En ese año recibió el Premio Nacional Eugenio Espejo. Al morir   dejó como último deseo que sus cenizas fueran esparcidas en el río Guayas, quizás para poder transitar sigilosamente como su personaje Don Goyo, vigilante eterno de los manglares costeños.

Algunas obras
Canal Zone (1935), novela sobre la explotación norteamericana en Panamá durante la construcción del Canal.

Una cruz en la Sierra Maestra (1960), reportaje novelado sobre la Revolución Cubana.

La Caballeresa del Sol (1964), novela histórica sobre Manuela Sáenz, que iba a aglutinar en una colección titulada Episodios Americanos, inspirada en la obra Los episodios nacionales, de Pérez Galdós. Le siguieron  El Quijote de El Dorado (1964), sobre la odisea de Orellana, y Un nuevo mar para el rey (1965), sobre Vasco Núñez de Balboa.

El secuestro del general (1973), crítica de las dictaduras latinoamericanas.

Jaguar (1977).

Réquiem para el diablo (1980).
 
Una pelota, un sueño y diez centavos (1988), publicación póstuma.

En teatro, escribió, entre otras obras:   Sangre azul (1948), Dientes blancos (1955), El Tigre (1956) e  Infierno negro,  pieza en dos actos (1967).