¿Con esta Constitución? Ni hablar. ¿Con este Gobierno? Menos.

Los motivos sobran, aunque tal vez el más importante sea el que se nos quiere engañar al hacernos creer que convirtiendo a Guayaquil en Distrito Metropolitano se habrá logrado el viejo anhelo de la autonomía. Nada más falso que aquello.

El supuesto modelo de Autonomía de la Constitución Centralista, que constituye en este aspecto una incompleta, apurada, sesgada  y tergiversada versión del modelo español, no le otorga a Guayaquil el más mínimo avance respecto de las facultades que hasta hoy tiene y que no han podido aumentar debido a la negativa del Gobierno, que incluso ha obrado en contra de la ley, tal como ocurrió con la inconstitucional oposición a que la Municipalidad asuma la competencia sobre el Puerto de Guayaquil.

El modelo de autonomía previsto por quienes nos gobiernan,  le quita a Guayaquil cualquier posibilidad de progreso y, al hacerlo, contamina los conceptos tanto de  autonomía  cuanto de  distrito metropolitano.  ¿Qué se logra con eso? Simplemente desgastar y desprestigiar el concepto. Hacerle creer a la gente que el modelo autonómico no funciona y que, por tanto, lo que se requiere es volver al viejo centralismo. ¿Desconocimiento? ¡Por supuesto que no! ¿El resultado? Profundizar en el modelo autoritario, centralista y mentiroso al que ahora llaman socialismo, tergiversando también de esta forma un modelo de gestión de gran éxito en Suecia, Finlandia, España y Chile, por citar pocos ejemplos.

No cabe duda de que este Gobierno está encadenado por los dogmas políticos, es decir, por ese pensamiento cerrado que nubla la razón y que impide un diálogo constructivo, basado en la libertad y la solidaridad, fundamentos inquebrantables de la Autonomía Política.

¿Autonomía sin capacidad para dictar leyes?; ¿autonomía sin determinación precisa de competencias?; ¿autonomía sin determinación de los recursos económicos para su funcionamiento?; ¿autonomía sin libertad?

La Constitución no determina con precisión y sin lugar a equívocos, el régimen bajo el cual puede operar un distrito metropolitano. Por el contrario, lo supedita a la expedición de una ley por parte de la Asamblea que, como se sabe, estará controlada por el Gobierno.

Si Guayaquil cae en la trampa de preparar un proyecto de ley para convertirse en Distrito Metropolitano, lo que ocurrirá será que la ley que se apruebe la dejará maniatada y sujeta a los designios del centralismo. ¿Se puede confiar en una Asamblea que estará dominada por el oficialismo?

El Gobierno lleva más de dos años de ejercicio absoluto del poder. ¿Qué se descentralizó en este tiempo por iniciativa estatal?

Por supuesto, no caer en la trampa del Distrito Metropolitano, que seguramente se convertirá en la obsesión de los concejales de oposición, no significa detener el progreso de Guayaquil. Por el contrario, hoy más que nunca Guayaquil debe preparar su futuro. Para ello urgen tareas fundamentales: profunda modernización administrativa; reforma integral y sistematización de la normativa municipal; creación de la Escuela Guayaquileña de Administración Pública (EGAP); conformación de las Empresas Municipales de Vivienda y Turismo;  apertura inmediata de oficinas municipales en los sectores más populosos de la ciudad y, fundamentalmente, reclutamiento de un equipo renovado de funcionarios que acepten el reto de convertir a Guayaquil en la Gran Metrópoli del siglo XXI que todos soñamos.