Woody Allen se desprende por cuarta vez de su adorada Nueva York, a la que nos ha tenido tan acostumbrados por más de treinta años, y del coctel intelectual que solía utilizar en cintas como la propia Manhattan, para viajar a Barcelona y confeccionar una de sus películas más exitosas (comercialmente), bajo un prisma decididamente más contemporáneo y sensual.
Aunque ha sido recibida con cierta reticencia por parte de la crítica internacional por ser considerada un video turístico de la ciudad catalana, hay que aceptar que en Vicky Cristina Barcelona las referencias paisajísticas-culturales son retratadas por Allen con maestría. Los callejones adquieren profundidad y las obras de arte, un gran encanto visual. Se trata de una declaración de amor del cineasta a una de sus ciudades predilectas.
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Allen nos habla aquí, con algo del exceso almodovariano, de los fútiles que son las relaciones sentimentales. De lo fugaz y violento que resulta el amor. De lo tontos y débiles que somos los seres humanos, por más listos que nos creamos. Y tiene razón, como siempre. Es simplemente que ahora lo explica con menos gracia, pero en modo realmente esplendoroso. Aun con todo eso, la cinta resulta innegablemente atractiva y llevadera.
La trama gira en torno a un triángulo (casi un cuadrado) amoroso conflictivo: durante sus vacaciones estivales en Barcelona, dos turistas norteamericanas, Vicky (Rebecca Hall), apegada a las certezas de la vida, y Cristina (Scarlett Johansson, la nueva musa de Allen), explosiva y aventurera, se dejan seducir por el pintor casanova y bohemio Juan Antonio (Javier Bardem) en un sutil juego donde erotismo y arte se entrelazan. Tras saltar de cama en cama, en una no tan divertida comedia de enredos y previsibles equívocos, nuestro galán es incapaz de contener los exabruptos de su esquizofrénica y celosa ex esposa María Elena (Penélope Cruz), una gritona figura con la que finalmente se cierra con vigor la orgía ideada por Allen (pese a que su pudor, hasta la fecha, era una virtud).
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Con una puesta en escena funcional e inteligente, la admirable belleza de sus actrices, y algunos diálogos dignos de subrayar, Vicky Cristina Barcelona es, en definitiva, un filme refinado de un director genial y muy productivo que nos ofrece una joya cinematográfica con una regularidad impresionante, y que, afortunadamente, se rehúsa a jubilarse. Menos mal, porque no se divisa en el horizonte a nadie con el toque mágico como el suyo. “¡Olé!”.