La abogada Clara  Rojas era, para el público, algo así como una actriz de reparto. La que acompañaba a  la candidata presidencial colombiana Íngrid Betancourt cuando esta  fue secuestrada por las FARC, el 23 de febrero del 2002, durante un viaje por carretera hacia la localidad de San Vicente del Caguán.  Rojas, amiga de Betancourt desde su juventud, era también su jefa de campaña y compañera de fórmula.

Se conocieron cuando trabajaron en el Ministerio de Comercio Exterior  y el responsable de esa cartera de Estado era el actual ministro de Defensa, Juan Manuel Santos. “Ambas éramos sus asesoras en el tema de la propiedad, así que a  él le debemos haber trabajado juntas. Yo era muy joven y disfrutaba la oportunidad de hacer algo por mi país”, cuenta Rojas.  

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Pero  la actriz de reparto empezó a ganar    protagonismo en abril del 2006, tras la publicación del libro del periodista Jorge Enrique Botero, Últimas noticias de la guerra, en el que contaba que Rojas, una mujer soltera  que por entonces rondaba los 40, había sido madre en cautiverio, en el 2004.

Una noticia que confirmó en abril del 2007 el policía Frank Pinchao,  quien logró escapar de las FARC, que lo mantuvieron secuestrado durante  nueve años. 

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Rojas vivió un  hecho real que bien podría parecer una telenovela: se embarazó en la selva, mientras permanecía secuestrada. Dio a luz en condiciones precarias, mediante una cesárea rudimentaria  que le dejó una gran cicatriz en el vientre. Fue separada de su  hijo, y luego de ser  liberada, el 10 de enero del 2008, se reencontró con   su bebé, al que ella  había bautizado  como Emmanuel. 

Esta abogada bogotana  dejó  de ser el personaje a la sombra de Íngrid Betancourt (la amistad de ambas colapsó  en el cautiverio)   para vivir su propia historia. Y para contarla. Rojas narra la experiencia de su secuestro en un libro que presentó el pasado lunes y que se titula Cautiva. Es un  volumen que ha generado mucha expectativa. En los medios de comunicación se ha hecho hincapié en la ruptura de su amistad con Betancourt, sobre todo.  La ex candidata presidencial aparece, a veces, como un ser mezquino, pero en ocasiones  como alguien capaz de  detalles  lindos, como cuando confeccionó  un canguro para el niño. 

Lo más interesante  del libro quizá no  está allí, sino en pasajes como el relato del parto  y del momento de la liberación. O  la descripción de aquellas   horas muertas, donde nada sucedía. Y de esas noches oscuras en las que Rojas  no alcanzaba a verse ni su propia mano. O de  las largas jornadas de insomnio. O el reencuentro con su madre y su  hijo Emmanuel.

O cuando ella disfrutaba de comer un arroz con leche, por más mal preparado  que estuviera, porque ese postre le recordaba sus años de infancia y  la vida en familia. O  la hostilidad entre los propios   secuestrados o la bondad con que la trataron varias  guerrilleras.     

Quien busque encontrar revelaciones íntimas, como  por ejemplo quién es  el padre de su hijo o si tuvo un romance en cautiverio, pierde su tiempo.  De aquello no dice nada. Pero ni una sola línea. Señala que esa es una historia reservada para su hijo. El  libro evita el sensacionalismo  y ese  es tal vez uno de los méritos.

Es un relato  pudoroso, mesurado.   Si en algo hace hincapié Rojas, es  en su apego a Dios y a la religión. Cuenta que durante el secuestro  leyó la Biblia de cabo a rabo y el Nuevo Testamento, y  rezaba el rosario cotidianamente, en ocasiones más de una vez al día. Y  cantaba, a voz en cuello, canciones religiosas: “Ven con nosotros al caminar, Santa María, ven”. 

Es un libro de 250 páginas, de lectura rápida. Está estructurado por capítulos, y cada capítulo  tiene entre 3, 10 o más páginas. Está hilvanado   cronológicamente. Comienza con la narración de su vida tranquila y burguesa en Bogotá. Relata que la  noche anterior al secuestro cenó con un amigo y  que  este, al despedirse, le dio un beso y un abrazo. “Sin exagerar, creo que ese fue el último gesto de cariño y amistad que recibí hasta el día en que me liberaron”, señala.

Concluye con el ahora. Dice  que decidió seguir viviendo en Colombia.
Disfruta de su hijo y de la maternidad.   Pero hay algo que le duele:    el tiempo que perdió en esos seis años de secuestro. Refiere  que le gusta escribir    y   espera seguir haciéndolo. Y ya  no tiene la horrible cicatriz que le dejó la cesárea. Se sometió a una operación.

EN ESPAÑOL
El Grupo Editorial Norma tiene los derechos del libro de Clara Rojas en  español. En este idioma se realizó un tiraje inicial de 55.000 ejemplares. Para Ecuador se importaron 1.000 ejemplares, que fueron colocados en librerías de Quito y Guayaquil.