No dice eso la leyenda que va en la banda presidencial. En ella se lee lo contrario: “Mi poder en la Constitución”. Pero la situación que ha venido atravesando el país en los últimos diez o quince años es la contraria. El poder no ha estado bajo la Constitución, sino que al revés. “La Constitución en mi poder” fue el lema de la partidocracia mafiosa que desgobernó el Ecuador por años, y es el lema que hoy enarbola el nuevo régimen. La Constitución es otra, por supuesto. Pero la ecuación de ella con el poder sigue igual. Hoy como ayer, el poder no se halla sometido a la Constitución, sino que esta es esclava de aquel.

Es probable que este lamentable cuadro se haya empeorado con el nuevo Gobierno, pues, se llegó al extremo de mandarse a hacer una Constitución especial, a la medida, con disposiciones transitorias, mandatos, y tribunales de bolsillo hechos para caminar sobre ellos. Pero no podemos decir que es totalmente nuevo en el Ecuador.

Esto nos debe llevar a reflexionar si realmente el Ecuador es una sociedad en la que puede germinar una democracia constitucional. O si simplemente debemos resignarnos a vivir bajo dicho régimen por periodos de tiempo más o menos breves, más o menos de largos, pero en ningún caso esperar que se convierta en un sistema permanente de convivir político.

Tenían razón acaso esos profetas que –por motivos culturales, económicos o de otro tipo– condenan a ciertas naciones como el Ecuador a vivir bajo regímenes autoritarios, y hasta totalitarios. Las experiencias que hemos vivido en los últimos años, y en particular, la que estamos atravesando ahora, no confirma esas sospechas y dudas de que países como el nuestro simplemente carecen de las condiciones necesarias para construir instituciones democráticas duraderas.

O ese escepticismo es simplemente una fachada para esconder tendencias antidemocráticas y elitistas. Parece que es un asunto al que tenemos una suerte de vergüenza de plantearlo: será el Ecuador algún día un país institucionalizado, con un Estado democrático y una sociedad tolerante de la diversidad.

Véase, por ejemplo, la paradoja constitucional que tenemos. Nunca hemos tenido en el Ecuador una Constitución que contemple tantos derechos como la confeccionada en Montecristi. Es impresionante. Hasta la naturaleza, es decir, los árboles, los animales, las montañas y los ríos, todos ellos tienen derechos.

Y, sin embargo, nunca en historia reciente hemos tenido un gobierno más dictatorial que el presente. Un Gobierno que ha logrado ejercer un control tan directo, y hasta burdo, de todos los poderes que supuestamente están allí para controlarlo, para frenar sus abusos, para procurar un equilibrio. Mírese por donde se mire lo que hay es miedo, comodidad y oportunismo. Hay excepciones, ciertamente. Pero son eso, excepciones.

¿Cómo explicarse esta paradoja de la Constitución “más democrática del mundo” y del gobierno más atropellador que hemos tenido? ¿Será posible invertir la ecuación y encontrar algún día que aquello de “Mi poder en la Constitución” no es una simple frase sino una realidad?