Me resulta difícil tratar este tema, pues jamás  llegué a odiar. Los años me enseñaron a tomar con indiferencia  calumnias, golpes bajos, traiciones. Fue parte de un aprendizaje laborioso pero valió la pena. ¿Por qué contestar un insulto si es reacción negativa de otro ser humano? El odio, como el amor, sufre de ceguera: en su guarida oscura empolla rencor, incuba resentimientos, cría rabia, inventa cuentos, mientras el amor se hace de la vista gorda, nos vuelve de pronto capaces de delirar hasta el éxtasis.
Es necesario que yo sepa quién soy: para eso sirve la introspección, ayuda el examen de conciencia. Lo que los demás puedan pensar o decir de mí es algo que no me incumbe. La peor estrategia consiste en devolver ojo por ojo, traer leña a la hoguera del desprecio. Por ello se nos dijo una vez que debíamos amar a nuestros enemigos. Pienso que aquel amor hacia quien nos aborrece es como una mirada de indulgencia. No amerita más. Quien odia no se da el tiempo de conocernos, nos juzga sin averiguar, saca conclusiones apresuradas, definitivas. Hay acrimonia, amargura, agrura, aspereza. Supongo que debe sufrir mucho quien detesta sin medidas. Odiar desgasta, resta energía, debilita, corrompe.

La envidia es a menudo raíz misma del odio. No soportar que los demás tengan ingenio, suerte, éxito, es síntoma de desequilibrio. ¿Quién escribió: “La envidia es un homenaje que la mediocridad rinde al talento”? Entonces nadie podrá progresar sin asumir el riesgo de ser calumniado. Odiar es querer librarnos de nuestro lodo para salpicar a quien sea, tomar lo peor de nuestra personalidad para atribuirlo a los demás. El homofóbico es un homosexual reprimido. Quien nos dice petulante es vanidoso solapado.

Aquellas personas de vida airada prestarán a los demás sus propios excesos. Solo el posible Dios sabe lo que se anida en el corazón de cada ser, las otras opiniones lucen relativas. Cultivemos nuestro sentido del humor, reconozcamos con jovialidad nuestras debilidades y si miramos en el escote generoso de una mujer, no nos tendrán que tildar de disolutos. Al diablo los puritanos, fariseos,  sepulcros blanqueados. No nos dieron ojos para ocultarlos en nuestros bolsillos.

Hagan el amor, no la guerra. Somos quienes somos o nos disfrazamos en función de quienes nos observan. Sigamos nuestro camino haciendo lo nuestro de la mejor forma posible, amando  a quien escogemos y si nos provoca besar en plena calle a la mujer de nuestros sueños, no tendremos que rendir cuentas a nadie. Nada tan desagradable como una virtud fermentada, oxidada. A veces, las almas también necesitan desodorante. Es tiempo de oxigenar nuestra mente, hacerle caso al corazón, captar con entusiasmo los mensajes de nuestros cinco sentidos, aprender a mirar, oler, escuchar, probar, tocar. La vida recién empieza cuando tomamos conciencia de quiénes somos realmente. Creo  que ciertas personas  mueren sin haber nacido, pasan al lado de la vida sin siquiera verla. Las almas son como palomitas de maíz: necesitan mucho calor para poder bailar. El coñac francés es el más femenino de nuestros licores: hay que caldearlo mucho para que se entregue.