Natalia Aragundi tiene 17 años y está de vacaciones en el colegio, pero de lunes a viernes desde hace más de dos semanas se levanta a las 05:00 para arreglarse y llegar a las 07:00 a su trabajo como practicante en el hotel Oro Verde, en el centro de Guayaquil.
A esa hora ella empieza una jornada que incluye desde aprender a arreglar una habitación hasta cómo trabaja la lavandería del hotel. Natalia debe cumplir con un mes de prácticas laborales para poder graduarse el próximo año en el colegio La Inmaculada.
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Como ella miles de jóvenes de la provincia deben realizar durante las vacaciones previas al sexto año de bachillerato prácticas de trabajo.
Según la subsecretaria de Educación, Mónica Franco, esta actividad es obligatoria solo en los colegios técnicos, mientras que en las demás instituciones depende de cómo manejen su currículum.
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Natalia cursa la especialización sociales y cuenta que el trámite para conseguir las pasantías fue sencillo: envió una solicitud al hotel y en dos días recibió una respuesta positiva.
Su trabajo, que por ahora consiste en rotar entre las áreas de lavandería, florería, mantenimiento, costura y administración, le ha servido para confirmar su vocación. Ella planea estudiar Hotelería y Turismo.
Lissette Coronado, de 17 años, también realiza prácticas empresariales. Ella trabaja en el área de contabilidad del Municipio de Guayaquil.
Este año se graduará como bachiller contable en la Academia Naval Almirante Illingworth y comenta que laborar en esa área le ha confirmado su interés por los números, además de enseñarle lo importante de la minuciosidad en su trabajo.
Su supervisora, Paulina Madero, analista de contabilidad, asegura que los trabajos de los jóvenes, en la oficina, son de apoyo al personal, pero afirma que justamente ahí está la ventaja, pues pueden ver cómo se manejan las labores diarias. “Mi tarea es enseñarle desde cómo archivar hasta cómo se hacen los balances”, explica.
Ella asegura que otro punto positivo sobre las prácticas es ver cómo los chicos que llegan temerosos a la oficina terminan acostumbrándose al ambiente, a los horarios y exigencias. Aunque eso depende de cada estudiante, según Madero.
En el caso de Lissette asegura que ha sido fácil, pues la disposición hacia el trabajo y su carácter extrovertido la han ayudado mucho a acoplarse.
Ese es, según la subsecretaria Mónica Franco, el objetivo principal de esta actividad, que se habría iniciado como una obligación para los colegios técnicos en los años ochenta.
Para María de Lourdes Montes, administradora del área de servicio del hotel Oro Verde, los estudiantes pueden aprender cosas básicas desde cómo se debe arreglar una habitación hasta cómo trabajar con el sistema informático. “Luego de terminar sus pasantías, se los registra en la base de datos. Cuando se solicitan vacantes ellos son las primeras opciones. Aquí hemos contratado a muchos”, indica.
En cuanto a las evaluación, los colegios proporcionan una lista de requisitos dependiendo de la especialización. En ellos se nombran temas que los estudiantes deben aprender.
Esa es la preocupación de Karen Donoso, asistente de crédito en un local de almacenes Jaher, donde hace prácticas Marlene Almeida. Ella estudia informática en el colegio Batalla de Jambelí y como practicante no ha podido aprender una lista de más de seis temas que aparecen en su evaluación.
Donoso dice que evaluará los puntos que pueda, pero sabe que Marlene no cumplirá sus prácticas como debería. “Sé que podría haber aprendido más en sistemas, pero ya no había cupo”, dice Marlene.
El lugar de las prácticas laborales depende de la gestión realizada por el alumno y no de la institución educativa.
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