Lleva toda una vida dedicada a la docencia. Asumió la Dirección de Educación y Cultura del Municipio y lideró la gestión cultural de la ciudad. Acababa de graduarse de bachiller en el normal Rita Lecumberri y ella ya había decidido que lo suyo era la educación. Era enero de 1947 y Ana Rodríguez de Gómez dejaba el uniforme de colegiala para convertirse en bibliotecaria de su mismo colegio. Estuvo un año hasta que pasó a ser inspectora. Ella quería dar clases, así que mientras trabajaba estudiaba en el Instituto de Pedagogía, donde se graduó de profesora de secundaria. Cuando obtuvo su título asumió como maestra. Dio clases de psicología, geografía, historia universal, pedagogía comparada y hasta de anatomía. Y todas las ha disfrutado, dice esta maestra que ha dedicado su vida a la enseñanza. Llegó a ser vicerrectora y rectora del Rita Lecumberri, subdirectora regional de Educación y durante trece años directora de Educación y Cultura del Municipio de Guayaquil, en una época que marcó el renacer de la biblioteca, el museo y la actividad artística en la ciudad. Es una autodidacta. Aprendió inglés y francés y gracias a este último idioma obtuvo una beca de la OEA a Bélgica, en 1972, para asistir a un curso de administración educativa en la Universidad de Lovaina. Estuvo ocho meses fuera y a su regreso la doctora Ana, como la llaman sus conocidos, volvió a la cátedra en los colegios Guayaquil, Urdesa School, Nuevo Mundo, en el normal Rita Lecumberri y en la Facultad de Filosofía de la Universidad de Guayaquil, donde fue subdecana. Estudió diplomacia y no solo se graduó sino que se quedó en el Instituto de Diplomacia como maestra de historia de la cultura ecuatoriana y luego como directora de investigaciones. “Me siento satisfecha porque he sembrado en mis alumnos, logré despertar el entusiasmo en ellos y eso es lo más importante”, asegura. Pese a su pasión por la enseñanza, un día sintió que era hora de jubilarse y dedicarse a la familia. Tenía 54 años. Dejó los colegios y la universidad, pero en el Instituto de Diplomacia no la dejaron ir, cuenta ella, y siguió colaborando como servicios prestados hasta que la volvieron a nombrar profesora y después subdirectora. Estando allí fue llamada por el ex alcalde de Guayaquil, León Febres-Cordero, para que asumiera la Dirección de Educación y Cultura del Municipio. Jubilada, decidió tomar el reto: reestructurar y reducir el número de centros educativos y mejorar la biblioteca y el museo. El trabajo fue duro, recuerda. “Cuando llegamos no había puertas ni lápices ni máquinas. No había nada. Se había encargado de limpiarla la anterior administración”. Con ella trabajaron Francisco Cuesta y Melvin Hoyos en el rescate de un patrimonio   que estaba destruyéndose en sótanos y bodegas. Estuvo desde 1992 hasta el 2005. Tras trece años se fue satisfecha. Ahora, cercana a los 80 años (prefiere no revelar su edad exacta), sigue como subdirectora del Instituto de Diplomacia, aunque confiesa que extraña la cátedra. “Cuando uno es maestra es maestra y punto”. No tiene en planes una segunda jubilación porque todavía se siente en capacidad de seguir. “... cuando ya no entienda lo que leo ni pueda razonar sobre eso ahí estaré fuera”.