Llega Navidad y no solo suenan campanas; también las alarmas de alerta para quienes compran por impulso, por gusto o debido a una patología que no pueden controlar. Los compradores compulsivos disfrutan de un vicio que puede resultar caro: adquirir sin medida y endeudarse hasta no poder pagar. Descúbralo y deténgalo a tiempo. A todos nos pasa en algún momento. Quién no ha volteado la mirada al pasar por una vitrina y ha sucumbido a la tentación de entrar y salir con ese artículo que desde lejos lo sedujo. Y claro, después nos dimos cuenta de que era innecesario, pero lindo, y nos enfrentamos a un nuevo dilema: encontrar otro que lo complemente y lo haga útil. Parecería que fuera una especie de atracción fatal por determinados objetos, pero en realidad es un problema que puede empezar así, eventualmente o en ciertas ocasiones, y terminar en una rutina diaria de compras. O lo que es peor, en un comportamiento compulsivo. Fernanda lo sabe bien. Empezó su gusto por los malls, las tiendas y las compras cada vez que se deprimía o se sentía triste. “Tenía que comprar algo que me gustara, así me sentía aliviada, y si quería sentirme mejor, me iba también a la peluquería y salía transformada”, dice esta ingeniera en marketing de 26 años. Ahora le resulta difícil no comprar algo al menos una vez a la semana, aunque sepa que no lo necesite. Y aunque no ha tenido problemas para pagar sus cuentas por primera vez comenzó a atrasarse en los pagos. Es una especie de adicción, explica el psicólogo Christian Betancourt Navarrete, de la clínica de reposo Renacer. Como un alcohólico o un amante de los juegos de azar, el comprador compulsivo no puede controlar sus impulsos y llega a endeudarse hasta con lo que no tiene por adquirir bienes. “Puede haber muchos factores que hagan que caiga. A veces lo hacen por el estado de ánimo, porque están tristes o ansiosos, y la mejor manera que encuentran es comprar cosas, pero otras veces la persona deja de lado los gastos que son urgentes porque vio una oferta”, indica. Cuando se pierde el sentido de la responsabilidad existe un problema mayor porque el comprador es capaz de hacer préstamos o girar cheques que luego no puede pagar. Andrea, una ejecutiva de 27 años, se vio en aprietos bancarios porque no solo consumió todo el cupo de su tarjeta de crédito sino que se le vencieron tres letras ante su imposibilidad de pagar. “Si cancelaba una, no me alcanzaba para la otra”, confiesa. Aun así no dejó de comprar: si veía un par de zapatillas baratas, tenía que adquirirlas aunque en su clóset hubiera más calzado que ropa. Su desequilibrio económico se agudizó con las compras de la Navidad pasada. Los tres meses de gracia que le ofrecieron con la tarjeta de crédito de un almacén alborotaron más su deseo consumista y compró lo que pudo para ella, para sus amigos y su familia. La factura le salió cara y hasta la fecha no termina de pagar los regalos del 2007. El psicólogo Eduardo Santillán dice que la patología es más frecuente en las mujeres. El 85% de los pacientes que acuden a su consulta con este problema son de sexo femenino. El hombre más bien busca en qué canalizar las compras antes de responder al impulso. La actitud compulsiva, explica él, se origina generalmente en una serie de vacíos o lagunas en la vida de la persona. “Muchas veces tiene problemas afectivos que no ha podido superar. Esa ansiedad tiende a ser calmada momentánea y fugazmente con la compra de productos”. Su colega, Laura Macías Murillo, coincide con ello y agrega que la conducta compulsiva en general, ya sea en las compras, el juego o la comida, tiene que ver con conflictos personales o frustraciones no resueltas, que encuentran en esas acciones un “consuelo”. Por eso los compradores compulsivos no adquieren servicios sino artículos tangibles, que puedan admirar y disfrutar. Hay maneras de detectar una conducta compulsiva: la persona evidencia ansiedad, puede tener una actitud sigilosa y tratar de esconder lo que compra para no ser reprendido o mentir respecto del origen del artículo nuevo que llega consigo. El problema puede empezar con actitudes impulsivas (en las que aún se tiene conciencia de las cuentas) y agudizarse con un comportamiento compulsivo, del cual la persona no tiene control. Lo recomendable en ambos casos es buscar la ayuda de un especialista. El intento de autocontrol puede terminar colapsando sus finanzas. Y eso sí no les pasa a todos.