En tiempos en que para la ciudad hacer un desnudo era casi un pecado, Hilda Thomas hizo de ello una profesión. Fue la primera musa de pintores en la Academia de Bellas Artes de Guayaquil y luego recorrió Sudamérica y Europa sirviendo de modelo a pintores. Incluso, cuenta ella, llegó a posar para Pablo Picasso.Era una vocación innata que descubrió por iniciativa de su marido, el pintor argentino Edmundo González del Real. A él lo conoció en el bar de un amigo y desde entonces no se separaron. Tenía 20 años y él 47. Estuvieron 40 años juntos hasta que él falleció de un enfisema pulmonar.Juntos viajaron primero a Buenos Aires y a Lima, donde él pintaba y ella trabajaba como modelo. Después fueron a España, Austria, Bélgica e Italia (dice que trabajó para academias de arte en esos países). “Fue una experiencia muy linda, nunca sentí vergüenza. El cuerpo humano es el cuerpo humano, así lo entendí yo y trabajé con profesionales que a uno la trataban con guantes de seda”.Hilda dice que nunca le resultó difícil posar. Y se nota. A sus 74 años aún es evidente esa facilidad para dar su mejor ángulo, cuando se ubica frente a una cámara.Pero no es esa soltura la que llama la atención cuando uno la conoce. Es su atuendo: un turbante y una especie de manto que atado a su hombro y sujetado por un costado dan la apariencia de un suelto vestido. “Muchos creen que soy africana, pero yo me identifico con mi raza y si tienen prejuicios pues que se vayan acostumbrando”.Su atuendo lo adoptó en Venecia. Un amigo suyo que había enviudado le regaló unos cortes de tela de su esposa y con ellos probó a hacerse un turbante y luego una bata. Desde ese día “nadie me conoce el pelo”, bromea. No necesita más indumentaria que esa. Solo varían las telas, según la ocasión.Hilda, hija de padre jaimaiquino (George Thomas) y de madre guayaquileña (Luz María Méndez), es infaltable a los eventos culturales. Dice que pese a no haber terminado la primaria, se ha autoeducado y es una amante del arte. Desde que se abrieron el MAAC cine y los espacios de proyecciones en la Casa de la Cultura no falta a ninguno.Desde que volvió al país, en los años ochenta, ya no vive de posar para los pintores (la última vez que lo hizo fue hace tres años). Por eso incursionó en la gastronomía con un restaurante: La tertulia de Hilda, que funcionó hasta 1995. La especialidad: mariscos en salsa de coco. Ahora, con ayuda financiera, está en busca de un local para volver a abrirlo. Eso sí, sin dejar de lado esa pasión que le legó su marido.