A sus 86 años, China –a secas– es la actriz más carismática en Argentina, y cada día que pasa un miembro se suma a su club de fans. En medio de una apretada agenda, La Revista conversó con ella, una niña metida en el cuerpo de una mujer mayor. Flor pide cancha. Sobre la mesa con tazas de café y galletas de chocolate, Flor quiere espacio para lanzarse a las faldas de China. Esta perrita yorkshire de 14 años, “soltera y virgen”, parece un adorno más. “¿Podés creer que esta no me ha dado aún nietos? No sé qué está esperando, ¿que la obliguen?”, comenta mientras la besa en el hocico. “¿Y de dónde es que venís? pregunta. “Dejame adivinar, decime que sí: Sos… eh… Sos una periodista de Ecuador, ¿verdad? ¿Y con la autorización de quién te metés a mi casa?... (y de inmediato ella misma se responde lanzando una carcajada contagiosa). Ah, cierto que yo te invité, no sé dónde tengo la cabeza, o mejor dicho sí sé. Es que estoy enamorada de un hombre algo menor que yo. Es alguien del espectáculo mexicano. Se llama Luis Miguel, es cantante, ¿lo conocés?”. Así empieza la conversación con Concepción Zorrilla De San Martín, o China Zorrilla, una actriz de teatro, cine y televisión, uruguaya de 86 años, dueña de un carisma envolvente, un hablar acelerado, repleto de comentarios chispeantes, anecdóticos y a veces tan cómicos que se hace difícil guardar la compostura frente a ella. Elsa y FredNacida en el seno de una familia de artistas, hija del escultor José Luis Zorrilla y nieta del escritor Juan Zorrilla, criada en París, segunda hija entre cinco mujeres, es hoy considerada por la prensa argentina y uruguaya como la actriz más carismática. Sus obras de teatro permanecen en cartelera más de cuatro años, y su última película de cine, Elsa y Fred, fue un éxito de crítica y taquilla en varios países, incluyendo Ecuador. Inició su carrera artística en el teatro independiente de su país, y viajó a Londres con una beca para la Royal Academy of Dramatic Art. Luego a su regreso y hasta 1958 protagonizó más de ochenta  obras con la Comedia Nacional Uruguaya. Fue una de las fundadoras del teatro de la ciudad de Montevideo. Grabó su primera película en 1971: Un guapo del 900, y estableció definitivamente su  residencia en Buenos Aires. Una mujer “sin miedo a vivir”, multifacética, ha trabajado también como periodista, compositora de musicales, locutora de radio y maestra. Estudió ruso con el nieto de Tolstoi y viajado hasta recónditos lugares. Una “guardadora” de fotos, maletas, papeles, cartas enumeradas que enviaba a su madre desde 1947. El diario personal escrito de una en una línea, cada noche antes de dormir –y casi en clave– para que ningún curioso escudriñe su vida. La agenda telefónica con números de Dustin Hoffman y Diego Maradona. De autógrafosCondecorada por el gobierno argentino con la Orden de Mayo, por el gobierno chileno con la Orden de Gabriela Mistral. Premio a mejor actriz por Darse cuenta en el Festival de Cine de La Habana, Cuba. Nombrada Ciudadana Ilustre de Buenos Aires, premio del diario El Clarín como mejor actriz por Elsa y Fred, premio CEC del Círculo Español de Críticos, en fin, son algunos de sus galardones. Luego de su hospitalización por bronquitis en julio pasado, ha vuelto al escenario con la obra Diario privado de Adán y Eva, un musical inspirado en historias de Mark Twain, cuyas letras de melodías son de su autoría. Junto con su compatriota Carlos Perciavalle encarnan a Eva y a Adán en un recital que presentaron por primera vez en 1985. China sale a la calle y no hay día en que no le pidan autógrafos. “Para mí esto es un misterio. Con tantos años de carrera no entiendo por qué aún no les aburro, por qué les sigo gustando. Soy actriz, soy comediante, y eso no se aprende en ninguna academia. Tenés que sentirlo en la piel. Saber en qué momento colocar el bocadillo cómico para que el público se ría”. ¿Así como lo hizo en Elsa y Fred?: “¡Qué buena película que hice, no! (risas) Elsa era una vieja que vio la cinta La Dolce Vita de Fellini y se quedó traumada con Anita y Marcello, y sueña con tirarse a la Fontana de Trevi en Roma. Se enamora de un viejo viudo, jubilado, que tiene cuatro mangos en el banco. Ella no quiere morir sin tirarse a la Fontana. ¿Podés creerlo?”. Estamos en paz ¿China es siempre así de alegre? ¿Qué la entristece? “La única cosa que no hice, que me hubiera gustado hacer es casarme y tener por lo menos un hijo. Envidio a las mujeres que se casaron con el hombre que querían. Confieso que envidio a mis cuatro hermanas que se casaron enamoradas y tuvieron hijos con esos hombres. Pero soy feliz rodeada de las cosas que amo, por eso, vida, nada me debes; vida, estamos en paz”. Una pacifista que piensa que a Gandhi lo deberían leer los chicos en el colegio. “Ese hombre flaquito con una chiva que la ordeñaba de cuando en cuando para no morirse de hambre cambió el rumbo de un imperio”. Una conciliadora convencida de la convivencia pacífica. Dice que no tiene memoria para las cosas malas,  “perdonadora de todo”, salvo cuando va a las cárceles y le preguntan si conoce a Natalia Oreiro y la hacen “morirse del coraje” (risas). Mientras habla muestra fotos, revuelve páginas, desordena carpetas, abre cajones y maletas. Sentadas en la sala de su departamento de la calle Uruguay, en la ciudad de Buenos Aires, me brinda un plato con diez galletas (y se come nueve), dos tazas de café (y luego de haberse bebido el suyo se toma el mío). Pareciera no darse cuenta o sencillamente poco le importa. “A veces me dicen que soy una niña, pero no entienden que los años los dejé en mi partida de nacimiento, yo no los siento”. Sin embargo, luego de verla jugar con Flor, reír a todo pulmón, escuchar sus anécdotas relatadas con buen condimento, place confirmarle –y en acento argentino–: Sí, China, ¡sos una niña!