Antes actuarán cuatro teloneros nacionales. El público está frío como la cerveza. Hasta que presentan a Stalin, el Michael Jackson de la salsa.
Al sonar los primeros acordes de No hay nadie como ella, de Marc Anthony, ingresa un afroecuatoriano alto y delgado enfundado en un terno inmaculado. Impresiona su voz y dominio escénico.
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Al interpretar Hasta ayer baila salsa pero incorpora movimientos de las coreografías de Michael Jackson. Así, como en un acto de magia, el público abandona los dominios caribeños e ingresa a la dimensión pop. En un instante Stalin desaparece. Suena con fuerza Billie Jean y vuelve aparecer sin chaqueta, con sombrero y unas gafas con luces. Ya no es él. Es Michael Jackson desplazándose como en los videoclips. El público se enchufa a esa encarnación del Rey del Pop. Grita, aplaude, pide más.
Suena el clásico Thriller y con el tecno Aurora adquiere los movimientos de un robot. Llueven aplausos y vivas. Como último acto de magia, retorna Stalin a la salsa con Señora Ley de Tito Nieves. Todos despiden a Stalin con admiración. El show debe continuar.
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Pero triunfar en el escenario no es fácil. Eso lo sabe muy bien Stalin Antepara Mina, guayaquileño de 34 años, el Michael Jackson de la salsa. Oriundo de La Floresta, popular barriada del sur donde aún reside con su familia, esposa e hijos. Stalin –como ejecutando uno de sus pasos hacia atrás– se recuerda niño viendo a sus tres hermanos mayores bailando break dance en calles y discotecas entre aplausos.
“Cuando tenía unos 12 años vi el video Billie Jean de Michael Jackson y me gustó –manifiesta–. La aprendí. Ni mis hermanos ni nadie me la enseñó porque tengo la facilidad de aprender una coreografía solo viéndola. No es necesario que ni la ensaye, simplemente la vi y la hago en cualquier parte”.
Un año después actuaba en las calles. Recuerda que su primera vez. Fue afuera de un almacén discográfico con parlantes que gritaban un tema Michael Jackson.
En ese escenario de asfalto empezó a bailar. La gente se aglomeró alrededor de ese muchachito de 13 años. Al final con su sombrerito recogió unas monedas. Así empezó su baile de vida. Después lo hacía la Terminal Terrestre, la Bahía, en cualquier sector de Guayaquil como en las afueras del Banco Central, ahí donde también lo bailaba Gerardo Mejía antes de partir a Estados Unidos. Hacía suyas las calles desde las 17:00 hasta las 20:00 cuando había más afluencia de peatones.
Después de algunos años, se abrió campo en discotecas, barras, bares y night clubs. También en programas de televisión como ‘La Feria de la Alegría’ o ganando un concurso de salsa cantando en ‘Chispazos’.
Un milagro
Aunque de niño descubrió sus dotes de cantante interpretando música cristiana en el templo al que asistía junto a su madre. Todavía no había encontrado a Dios ni al canto en público. Recién hace cuatro años empezó a interpretar con pista: Llorarás de Óscar D’León y Señora Ley de Tito Nieves. Ahora ha sumado más canciones salseras.
“Mi único anhelo es ser pastor –asegura este artista que comenzó en las calles–. Quiero que mi arte sirva para hablar del Señor”, dijo.
Todo cambio hace siete años cuando un derrame cerebral durmió la mitad de su cuerpo. Así estuvo dos meses hasta “que un hermano me llevó a la iglesia, el pastor oró por mí y Dios me sanó en tres días. Y heme aquí”, manifestó.
Bailando y cantando en diversas ciudades y escenarios. Todos los viernes y sábados cuando no se presenta fuera de la ciudad lo hace en El Colonial de la Zona Rosa.
Aquello de que Michael Jackson, el Rey del pop, cante y baile salsa solo ocurre en Guayaquil, la ciudad donde lo imposible es posible.