Con 40 años de experiencia y de sacrificio, ha cumplido sus sueños en una carrera relativamente modesta, teniendo bajo su mando a 52 empleados en su peluquería. Después de una amable e interesantísima entrevista con José Narváez, este me llevó a la planta baja de su peluquería para cortarme el cabello y barba. Confieso haber estado un poco intimidado en el pequeño tour de su peluquería, ya que no había visto las entrañas de una hace ya varios meses, sobre todo, una  tan grande y lujosa como esta. Pepe, como le dicen sus amigos, me pide antes de comenzar que me quite los anteojos. Tomo asiento en la silla de barbero, al frente del espejo.  Ciego como un topo y con una fe como un granito de mostaza en este señor gentil y educado, comenzó la temporal separación con mi compañera de más de un año, la barba.   Nació hace 57 años en la parroquia El Cambio, del cantón El Guabo, provincia de El Oro. Desde niño su madre lo impulsaba a que aprenda el oficio de peluquero. Por darle  gusto a su mamá a los 14 años comenzó como aprendiz del peluquero local, Ricardo Ulloa, y a los 16 ya estaba cortando pelo. Ingresó al servicio militar, donde atendió  a los tenientes y oficiales de mayor rango. Terminado su año en el ejército, se mudó a la ciudad de Quito, donde residió tres años y siguió ejerciéndose como peluquero. En la capital fue donde, con un  arraigado amor a su profesión, “nace la ilusión de seguir perfeccionándome en la peluquería”. Con este deseo de mejorar y aprender mejor su oficio, emigró a Perú. Allí se preparó y especializó más, trabajó en el prestigioso hotel Crillón, le fue tan bien que hasta pensó quedarse allí. El destino no lo dejó, ya  que cuando regresó a Ecuador para arreglar sus papeles y poder radicarse en Perú, conoció a su futura esposa en una reunión familiar en Guayaquil. “Me enamoré de ella de inmediato, y luego decidí no regresarme, me quedé aquí, haciendo mi  mundo”. Pepe en Guayaquil Una vez que se casó, trabajó con Carlos Cevallos Salame, quien, era dueño de las  peluquerías del hotel Continental, y la  Urdesa Barber Shop. Después de trabajar con Cevallos por tres años, logró independizarse con otros compañeros de trabajo, y puso su propia peluquería en sociedad con otras cinco personas en el Barrio del Centenario, en el centro comercial Inca. Luego decidió separarse de sus socios, y abrió un local completamente solo, la peluquería de su propiedad estaba en la calle Francisco Segura. Fue entonces, por recomendación de otro peluquero, que fue a la casa de Isidro Romero Carbo a cortarle el cabello por la ausencia de su usual estilista. Este corte de pelo le cambiaría la vida a José Narváez. Cabellos del Sol Pepe y Romero terminaron siendo buenos amigos (no es para sorprenderse, Pepe es barcelonista de alma y corazón), a tal punto que Romero le propuso que le administrase una peluquería que abriría en el ese entonces todavía inexistente Mall del Sol, esta se llamaría Cabellos del  Sol. José aceptó muy gustoso, y le fue excelente, aunque a los cuatro meses recibió una llamada de la oficina de Romero Carbo, confirmándole que la peluquería se iba a vender. Cuando José quiso confirmar esto, el empresario le dijo que no se preocupe, que se la quería vender a él. Narváez nuevamente aceptó esta propuesta, y le pagó en tres años esta peluquería, de la cual estaba convencido de su éxito. Desde ese día, las cosas solo han mejorado. Pero el éxito no lo detuvo. Su constante amor a su profesión lo llevó a Puerto Rico, donde tomó varios cursos con profesores italianos,  españoles y franceses en los que no solo aprendió a mejorar su técnica como peluquero, sino también manejar mejor el marketing de su negocio. Al regresar a Guayaquil, aplicó inmediatamente sus nuevos conocimientos y así continuó,  eventualmente abriendo otro local en el Mall del Sur, otra vez a pedido de Isidro Romero, de modo casual contó con la ayuda de su esposa Pilar Solano,  para que lo ayudara a administrar el negocio. Se le unieron   sus dos hijos: José Luis, ingeniero agrónomo, y Alejandro, economista de profesión. Los varones lo ayudan en la administración y su hija Mónica trabaja como cosmetóloga, una profesión para la cual Pepe tuvo  que enamorarla tal como su madre hizo con él. Pionero en el paísPara José Narváez, el ser tan exitoso como lo es ahora no lo considera pura casualidad. Al preguntarle si de joven alguna vez pensó que llegaría tan lejos, dice serenamente que “siempre fui ambicioso, siempre quise conseguir cosas grandes”. Y también aclara que obviamente esto ha sido resultado no solamente de su esfuerzo y sacrificio, sino también de la ayuda que ha recibido primero de Dios, y en especial del apoyo y cariño que su familia le sigue brindando.Su carrera le ha dado muchas bendiciones y lo ha llevado a conocer diferentes partes del mundo. Ha estado en varias ciudades de Estados Unidos, México y Brasil. El 14 de septiembre va a viajar a París, a un congreso de peluqueros de toda el planeta. Actualmente él es el presidente del gremio de peluqueros del Guayas, una institución con más de 100 años. Su pasión por su carrera ha sido tal, que ha atraído a muchos amigos y familiares a esta, entre estos están además de los  ya mencionados, su hermano Franklin, al cual le enseñó a cortar pelo hace 25 años. Un hombre con visión, José decidió abrir una academia para formar peluqueros profesionales y actualmente -antes que se inaugure- 30 personas están en lista para formar parte del futuro centro de estudios. Él dice con optimismo que espera ser acreditado oficialmente apenas pueda. ‘¡Se puede ver mi mentón!’ Es lo que exclamé, un poco sorprendido, después de que Pepe me pidiera que me quite nuevamente mis anteojos,  me envolvió la cara con una toalla  húmeda y caliente, inmediatamente me la envolvió con otra toalla, esta vez helada.  Hizo unos mínimos ajustes y me mandó de vuelta a mi casa: un hombre cambiado, por fuera y por dentro. ¡Gracias, maestro!